JOHN MCWHIRTER VERSUS DAVID LYNCH
Cualquier cambio nos da miedo. Comienza con una sensación amarga de soledad, de quebranto, de réquiem que emerge como un torrente haciendo aflorar todas nuestras debilidades, nuestros puntos flacos, para hacerlos más delgados, frágiles, hasta hacernos invisibles. Quizás esté viviendo una transformación, un cambio que se cierne en forma de chubasco del que no volveré a poder vislumbrar un cielo despejado.
Ahora bien; pese a algunas críticas que tengo escritas de algo de lo que se dijo la semana pasada, discrepancias que un día compartiré en este blog – aunque posiblemente existan por falta de comprender un marco teórico y por desconocimiento - , el curso ha sido un trampolín con el que ir rebuscando la cara positiva a tanto fragor en la batalla del cambio. Partir de premisas generales, grandes negativos con los que definirnos a nosotros mismos e ir pasando el umbral al encuentro de un concepto general positivo, vuelve a recordarme que tratamos el mundo, a las personas y a nosotros mismos como generalizaciones y sesgos cognitivos que nos ahorran esfuerzos a la hora de racionalizar el por qué de lo que somos y de lo que nos ocurre.
Por ello, los estándares nos definen. Evaluamos a través de ellos las realidad que nos rodea y con la que valoramos el posicionamiento que adoptamos ante la vida, creyéndonos felices o insatisfechos. Creo que las situaciones límite son las que nos desnudan y nos dejan al descubierto, tambaleando nuestros pilares, en los que nos sosteníamos haciéndonos conscientes de que no eran tan firmes, y ante los imprevistos, como seres que se adaptan al medio, generamos otros nuevos. En función de la significatividad que tenga para la persona podremos hablar de tránsito, transferencia o transformación, o así lo entendí yo cuando estas tres palabrejas se mencionaron en el curso dejándome atónita por no poder diferenciarlas.
Todo esto me recuerda que la DBM, como cualquier ámbito de conocimiento, tiene un vocabulario propio, pero que en las ciencias sociales siempre tenemos el riesgo de reinterpretar los significados cuando estos vienen utilizándose a través de palabras abstractas, adornadas con metáforas y paradojas que nos hacen caer en la subjetividad epistemológica, ¿o es precisamente lo que se pretende; que caigamos en la subjetividad para recoger lo que podemos aplicarnos a nosotros mismos? Aquello que no recogemos, porque se escapa de nuestro ámbito de dominio, no seremos capaces de emplearlo para fines autodirigidos, por lo que sus efectos deberían ser neutros. Ahora bien, esto no es del todo cierto porque en mi caso, y creo que en el de más personas con quienes comentaba las sesiones, ese grado de desconocimiento que poseíamos nos hacía generar cierto grado de ansiedad y de angustia. Dista mucho de la forma de procesamiento de un niño que no ha incorporado parte del vocabulario del adulto y desconecta ante alguna de sus conversaciones porque no se concilia con sus centros de interés.
Muy al contrario, me hacía consciente de cuánto desconocía y eso no me dejaba indiferente. Se convertía en un reto el tratar de entender, el tratar de adaptarme al medio con los recursos de los que disponía. Mis estándares, mi grado de exigencia, condicionaba enormemente la valoración que realizaba del cuestionario puesto que mi listón y mi autoexigencia, me hacían valorarme de una forma severa.
Desconcertante fue igualmente escuchar a mi profesor, un mentor del que no dejo de aprender, que “se estaba acordando mucho de mí en el curso”. ¿Se me estaban escapando más detalles aún que no estaba conectando conmigo misma más allá de lo evidente referido a la memoria? Fue una inyección de adrenalina para esforzarme más.
También tengo que decir que John consiguió conmigo su objetivo, algo que dejó entrever en las distintas sesiones cuando explicaba que actividades demasiado sencillas pueden provocar el desánimo y desmotivación de quien las ejecuta por no suponer un reto. ¿Nos estaba retando entonces?
Yo, desde luego, lo asumí así. Seguí calibrando unos estándares altos y era consciente de mis limitaciones, pero intentaba regularme cada poco tiempo y me estaba sintiendo muy consciente de mi misma en el proceso de aprendizaje. Estaba utilizando mecanismos de metacognición de una forma más intensa que los ejemplos que trataba de buscar para las distintas dinámicas. Eso me produjo cierto equilibrio ante tanto movimiento conceptual, y como reto, trataba de encontrar el significado a aquello que no entendía para calibrar y minimizar una pequeña agonía como alumna poco, más bien nada, docta en DBM.
Cada día ha sido un episodio de una serie caracterizada por el desconcierto. Parecía estar recreando la mítica serie de David Lynch: Twin Peacs, donde cada capítulo complicaba más la trama hasta llevarla a unos límites de comprensividad desconocidos para muchos seguidores que esperaban de su final un paquete cerrado y lógico para sus protagonistas, cuando, sin embargo, nos condujo a su subconsciente y a la abstracción en estado puro.
Y es que comenzamos con actividades muy sencillas y concretas: transiciones hasta llegar a la facultad desde que nos levantáramos ese primer día para conectar con el curso, dibujar en el papel, emular el dibujo de los compañeros… tareas concretas que tras la explicación adquirían una complejidad abrumadora que nos dejaba en estado de shock.
Poco a poco, habiendo tratado de recolectar todo lo que mi grado atencional me permitía, veo que el curso se ha convertido en un reto que deja su sedimento poco a poco y con el que vamos creando una base teórica que podrá crecer cuando volvamos a oír las grabaciones. Dista mucho del antojoso giro que dio la serie anteriormente citada, cuando por un descenso de la audiencia se vieron en la necesidad de apresurar su final.
El curso ha sido un reto. Un arduo muro por el que empezar a escalar, pero éste dejará de serlo porque los muros están para frenar a quienes no desean suficientemente algo, y yo deseo seguir aprendiendo.