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JOHN MCWHIRTER VERSUS DAVID LYNCH

JOHN MCWHIRTER VERSUS DAVID LYNCH

Cualquier cambio nos da miedo. Comienza con una sensación amarga de soledad, de quebranto, de réquiem que emerge como un torrente haciendo aflorar todas nuestras debilidades, nuestros puntos flacos, para hacerlos más delgados, frágiles, hasta hacernos invisibles. Quizás esté viviendo una transformación, un cambio que se cierne en forma de chubasco del que no volveré a poder vislumbrar un cielo despejado.

Ahora bien; pese a algunas críticas que tengo escritas de algo de lo que se dijo la semana pasada, discrepancias que un día compartiré en este blog – aunque posiblemente existan por falta de comprender un marco teórico y por desconocimiento - , el curso ha sido un trampolín con el que ir rebuscando la cara positiva a tanto fragor en la batalla del cambio. Partir de premisas generales, grandes negativos con los que definirnos a nosotros mismos e ir pasando el umbral al encuentro de un concepto general positivo, vuelve a recordarme que tratamos el mundo, a las personas y a nosotros mismos como generalizaciones y sesgos cognitivos que nos ahorran esfuerzos a la hora de racionalizar el por qué de lo que somos y de lo que nos ocurre.

Por ello, los estándares nos definen. Evaluamos a través de ellos las realidad que nos rodea y con la que valoramos el posicionamiento que adoptamos ante la vida, creyéndonos felices o insatisfechos. Creo que las situaciones límite son las que nos desnudan y nos dejan al descubierto, tambaleando nuestros pilares, en los que nos sosteníamos haciéndonos conscientes de que no eran tan firmes, y ante los imprevistos, como seres que se adaptan al medio, generamos otros nuevos. En función de la significatividad que tenga para la persona podremos hablar de tránsito, transferencia o transformación, o así lo entendí yo cuando estas tres palabrejas se mencionaron en el curso dejándome atónita por no poder diferenciarlas.

Todo esto me recuerda que la DBM, como cualquier ámbito de conocimiento, tiene un vocabulario propio, pero que en las ciencias sociales siempre tenemos el riesgo de reinterpretar los significados cuando estos vienen utilizándose a través de palabras abstractas, adornadas con metáforas y paradojas que nos hacen caer en la subjetividad epistemológica, ¿o es precisamente lo que se pretende; que caigamos en la subjetividad para recoger lo que podemos aplicarnos a nosotros mismos? Aquello que no recogemos, porque se escapa de nuestro ámbito de dominio, no seremos capaces de emplearlo para fines autodirigidos, por lo que sus efectos deberían ser neutros. Ahora bien, esto no es del todo cierto porque en mi caso, y creo que en el de más personas con quienes comentaba las sesiones, ese grado de desconocimiento que poseíamos nos hacía generar cierto grado de ansiedad y de angustia. Dista mucho de la forma de procesamiento de un niño que no ha incorporado parte del vocabulario del adulto y desconecta ante alguna de sus conversaciones porque no se concilia con sus centros de interés.

Muy al contrario, me hacía consciente de cuánto desconocía y eso no me dejaba indiferente. Se convertía en un reto el tratar de entender, el tratar de adaptarme al medio con los recursos de los que disponía. Mis estándares, mi grado de exigencia, condicionaba enormemente la valoración que realizaba del cuestionario puesto que mi listón y mi autoexigencia, me hacían valorarme de una forma severa.

Desconcertante fue igualmente escuchar a mi profesor, un mentor del que no dejo de aprender, que “se estaba acordando mucho de mí en el curso”. ¿Se me estaban escapando más detalles aún que no estaba conectando conmigo misma más allá de lo evidente referido a la memoria? Fue una inyección de adrenalina para esforzarme más.

También tengo que decir que John consiguió conmigo su objetivo, algo que dejó entrever en las distintas sesiones cuando explicaba que actividades demasiado sencillas pueden provocar el desánimo y desmotivación de quien las ejecuta por no suponer un reto. ¿Nos estaba retando entonces?

Yo, desde luego, lo asumí así. Seguí calibrando unos estándares altos y era consciente de mis limitaciones, pero intentaba regularme cada poco tiempo y me estaba sintiendo muy consciente de mi misma en el proceso de aprendizaje. Estaba utilizando mecanismos de metacognición de una forma más intensa que los ejemplos que trataba de buscar para las distintas dinámicas. Eso me produjo cierto equilibrio ante tanto movimiento conceptual, y como reto, trataba de encontrar el significado a aquello que no entendía para calibrar y minimizar una pequeña agonía como alumna poco, más bien nada, docta en DBM.

Cada día ha sido un episodio de una serie caracterizada por el desconcierto. Parecía estar recreando la mítica serie de David Lynch: Twin Peacs, donde cada capítulo complicaba más la trama hasta llevarla a unos límites de comprensividad desconocidos para muchos seguidores que esperaban de su final un paquete cerrado y lógico para sus protagonistas, cuando, sin embargo, nos condujo a su subconsciente y a la abstracción en estado puro.

Y es que comenzamos con actividades muy sencillas y concretas: transiciones hasta llegar a la facultad desde que nos levantáramos ese primer día para conectar con el curso, dibujar en el papel, emular el dibujo de los compañeros… tareas concretas que tras la explicación adquirían una complejidad abrumadora que nos dejaba en estado de shock.

Poco a poco, habiendo tratado de recolectar todo lo que mi grado atencional me permitía, veo que el curso se ha convertido en un reto que deja su sedimento poco a poco y con el que vamos creando una base teórica que podrá crecer cuando volvamos a oír las grabaciones. Dista mucho del antojoso giro que dio la serie anteriormente citada, cuando por un descenso de la audiencia se vieron en la necesidad de apresurar su final.

El curso ha sido un reto. Un arduo muro por el que empezar a escalar, pero éste dejará de serlo porque los muros están para frenar a quienes no desean suficientemente algo, y yo deseo seguir aprendiendo.

TRANSICIONES

TRANSICIONES

Cinco días son pasados desde que acabara el curso de verano con John. En el transcurso del mismo me he visto arrastrada por el desconcierto ante el desconocimiento que tenía de mucho del contenido que se estaba tratando. He de destacar el adjetivo “abrumada”, tal vez, por el enorme conocimiento de mis compañeros más veteranos, haciéndome sentir este hecho como un avestruz que esconde la cabeza creyéndose ser no visto.

Creo que también me ha invadido el miedo por el nuevo mapa que se estaba abriendo en mis estructuras mentales. Me han sorprendido muchas de las cosas tratadas y me han hecho más sensible a cualquier acción del día a día.

Recuerdo que el año pasado me debatía ante el dilema de ser pro aristotélica, frente a las discusiones amistosas con mi compañero David, más inclinado a Platón; pero creo que si rechazaba a este filósofo y lo que representaba, no era más que por forzarme a mí misma a ser menos racional y a dejarme llevar más por los sentidos, por lo emocional, lo que perdía de vista por tratar de darle nombre y tratar de categorizarlo frente a dejarlo sentir y crecer. Durante el curso, una dinámica tan experiencial, aunque acostumbrada con la metodología de Alejandro, me ha despertado una capacidad de análisis y visión valorativa de mí misma que va de lo macro a lo micro, buceando en los sentimientos que contagian muchas de las acciones que emprendo, ya que si me quedo en la acción y no observo qué subyace en el fondo, me falta parte de la información para actuar desde una versión ecléctica entre Aristóteles y Platón, siendo esta última más completa y panorámica.

Por otra parte, esta sensibilidad recién estrenada invade y contamina cuanto emprendo. Me siento como un niño con un juguete nuevo que lleva a todos lados, que no comparte y que no espera recibir más presentes por estar obnubilado por éste. Ahora entiendo que todo puede ser descrito en términos de transición, y se pueden ver las motivaciones intrínsecas y extrínsecas que acompañan a la misma, pero mi grado atencional empieza a estar colapsado porque no sé discriminar qué es lo relevante a observar y qué tengo que ignorar por no ser más que ruido en la cotidianidad de nuestro transcurso por la vida, ¿o he de decir transición?

Muchas de las dinámicas me han gustado enormemente, sobre todo si implicaban lo emocional, pero ciertas circunstancias que me acompañan me hicieron ir a ejemplos más cotidianos para poder entender la idea clave y no perderme en mi subconsciente y en todas aquellas variables a analizar ante los dilemas que nos plantean los momentos de crisis emocionales, profesionales o lo que sea. De momento estoy contenta con identificarlas (las crisis), porque esa diferenciación o distinción me hace valorar los momentos en los que no las tengo o las tenemos.

Empiezo a acomodar los estándares y las expectativas de las que disponemos y creo que podré gestionarlas con el tiempo. Y evoco precisamente los estándares porque encuentro  una relación muy estrecha entre éstos con las crisis y su detección. Hay personas que se arrastran a sí mismas a una barbarie de inseguridades por las altas cotas a las que pretenden llegar, ignorando las fortalezas que poseen. De esta forma, sin un anclaje positivo en el que apoyarse cuando las fuerzas escasean, sólo perciben el catastrofismo que les devuelve la vida, muchas veces cayendo en reduccionismos mágicos que conducen a sentenciar frases como que “en la vida lo único seguro es el sufrimiento, de modo que si se encuentra un atisbo de felicidad también es seguro que dure un breve espacio de tiempo”- no es del todo literal pero recordaba, así en síntesis, un viejo proverbio japonés – y con dogmas así, será frecuente encontrar a personas frustradas que buscan objetivos que, tal vez, sólo en su cabeza existan. ¿Será nuestro afán de perfeccionismo el que nos lleva a la insatisfacción y la infelicidad? ¿Perseguimos un ente relativo según quién describa un mismo objetivo? ¿Cómo elaborar objetivos curriculares incluso en las programaciones didácticas más cotidianas? Tal vez, sea por mi parte, llevarlo al extremo, pero me da qué pensar y no quiero evadirme del tema “transición”.

Me resultó muy gratificante la dinámica de enseñar a un compañero a caminar haciéndonos conscientes de la dificultad que entraña transmitir una habilidad tan sencilla para todos nosotros. La actividad nos hizo tomar conciencia del “yo” y separarlo de “el otro”,  tratando de aunar lo que sabíamos de los dos puntos de vista, para adoptar nuestra comunicación al tratar de hacernos entender para poder mimetizarnos en el proceso de andar. Surgieron muchos comentarios en el grupo del que formé parte, e íbamos incorporando estrategias para hacer de nuestro lenguaje un vehículo eficaz con el que gestionar la información. Ahora bien; estábamos tratando entre nosotros, personas adultas que pese a simular no poseer la habilidad de caminar, sabemos caminar (cada uno a su estilo); pero sí tenemos la habilidad, aunque no desfilemos en la pasarela Cibeles, podemos aprender cómo mejorarla o cómo emular a un compañero. De esta manera, volviendo al ámbito del que provengo, un aula constituida por una heterogeneidad de niños y de habilidades, encuentro que cualquier explicación que brindemos está filtrada por nuestros esquemas y nuestra forma de hacer las cosas, es decir, desde el sesgo de conocer la habilidad. Todo esto me va a conducir a muchos dilemas y quebraderos de cabeza cuando tenga que enseñar, pero al menos soy consciente de que mi actividad tiene limitaciones y que no están en los alumnos su no adquisición o parte de ella, sino que está en la obviedad de saber hacer lo que todavía ellos desconocen.

Han sido unos días muy convulsos. Me debatía entre la satisfacción, la incertidumbre, la ansiedad por el desconocimiento y un cúmulo de sensaciones que no me han dejado indiferente, pues pese a que me encuentro a muchos kilómetros del marcador de contexto en el que tuvieron lugar, sigo reflexionando y enriqueciendo lo que en su día fueron ejemplos de John, para ser ahora míos. Como mi forma de andar. Seguiré tambaleándome en el blog, tras meses en los que lo he ignorado, para ir viendo el impacto del curso y que no sea una mera transición, sino una vivencia relevante con la que dar pasos firmes y seguros. 

CONSEJOS VENDO Y PARA MÍ NO TENGO

CONSEJOS VENDO Y PARA MÍ NO TENGO

Qué familiar es cuanto se dice en el capítulo “Nunca, nunca, nunca ofrezcas un consejo”. Es el umbral, el ombligo umbilical  del que deberíamos partir cuando empezamos a manejarnos en el contexto social.

Cuando nos relacionamos con cualquier persona hemos adquirido el mal hábito de aconsejar al otro lo que debería hacer, cuando la premisa básica es” yo no soy la otra persona y mi mapa es distinto al suyo”; las circunstancias, experiencias, expectativas nutren y alimentan la forma en la que operamos y, por tanto, la capacidad empática. Por mucha sensibilidad que se tenga y lo mucho que se haya practicado el ponernos en el lugar del otro, jamás nos permitirá posicionarnos al cien por cien en el punto de mira de la otra persona. Es aquí donde nos planteamos que, efectivamente, los consejos son gratuitos, pero que pueden ser contraproducentes y dar una información equivocada que puede inducir a error. Pero creo, que el consejo llega a ser el experimento y el anhelo que intrínsecamente tenemos de poder cambiar las circunstancias que nos rodean y poder volver atrás, sin que nos afecte o nos revierta directamente y practiquemos desde la otra persona. Así no hay dolor.

En el fondo el acto de aconsejar es jugar con las hipótesis, como cuando hacemos una previsión de futuro para analizar racionalmente todas las vías que podríamos adoptar ante un problema, ver las alternativas y elegir entre las acciones barajadas. Al tratarse de situaciones hipotéticas no nos afectan, como cuando damos un consejo.

En el fondo, todo esto nos devuelve a la cara que somos seres egocéntricos y que nuestros errores los penalizamos o vivimos más intensamente por ser nuestros. Cuando son de otro, por buena intención que se tenga, jugamos con ellos.

Personalmente, me he sentido reflejada, incriminándome todas aquellas veces en las que, por ejemplo, en una entrevista de padres cuando éstos me han revelado preocupaciones que giraban en torno a sus hijos, yo he dado un consejo. Realmente, también supone una estrategia desde la que posicionarnos, que no afiliarnos, a nivel laboral. Qué pensarían de mi profesionalidad si no trato de darles una receta, por lo que volvemos a reafirmar nuestro egocentrismo; porque no se trata de mí o de la imagen que pueda dar como tutora de sus hijos, se trata de su problema y esto es mucho más serio.

La psicología social se ha encargado en numerosas ocasiones de estudiar la conducta altruista. Quizás dar  un consejo es la conducta inmediata que demuestra que tender ayuda a los demás nos hace seres altruistas. Incluso dentro de esta disciplina se han estudiado las expectativas, y los consejos son un mecanismo recurrente, por frecuencia y necesidad, que nos describen como seres sociales (o al menos en un exosistema como es el occidental; los orientales son mucho más cautos en este sentido).

Nos movemos en la sociedad del cambio y de la incertidumbre. Muchas veces me repito cuanto aprendí el curso pasado en este sentido para ayudarme y poder gestionarla mejor. Pero  esa incertidumbre es una premisa que no llegamos a asimilar porque incluso en la escuela tratamos de plantear a los alumnos problemas con respuesta cerrada. Damos unos contenidos cerrados, la creatividad con la que nacemos empieza a mermar con la finalidad de que vayan encontrando soluciones únicas. ¿Y si no hay solución? ¿Cómo vamos a vivir con ello si lo correcto es tener una respuesta cerrada, una panacea en la que movernos porque si no estamos perdidos?

Erika Landau defiende que la escuela no es un lugar donde hallar respuestas, sino el espacio en el que cada día los alumnos deberían irse con una pregunta. Es así como se promueve el pensamiento y el enriquecimiento. De lo contrario, sólo seríamos reproductores de lo que ya existe. No generaríamos más información a la sociedad y nos meteríamos en un bucle cerrado, repetitivo de lo que poseemos, de lo que está al alcance de cualquiera. “Afortunadamente no es así nuestro currículo” (mmmm).

Pero volviendo al ámbito terapéutico, recuerdo que en cierta ocasión me escandalicé ante la forma de proceder de una psicóloga con una amiga. Ésta se encontraba inmersa en una profunda depresión que le había absorbido las ganas de aferrarse a la vida. Tras explorar aquellos problemas que le atormentaban, la psicóloga le formuló el siguiente consejo a modo de pregunta:

-          ¿Qué es lo mejor que puede pasarle a una persona con depresión? Suicidarse y acabar con su vida.

Mi precario conocimiento de psicología, pero el cariño que me unía a esta persona me hizo llevarme las manos a la cabeza. ¿Acaso era eso un consejo? ¿Estaba tentando a su valentía o cobardía (según se mire) para que diese el paso? Pasados los días fui entendiendo que había sido terapia de choque; que volcó sobre el espejo la peor de las opciones que podía adoptar; que le hizo tomar conciencia de lo que no quería mi amiga, que era dejar de estar en este mundo. Esto fue uno de los aforismos que en el texto se describen: “si desea garantizar que el consejo sea ignorado, lo mejor es ofrecerlo cuando no haya sido pedido”.

Qué capacidad más analítica para “dar un consejo” de ese calibre.

Coda y da cappo:

Mucho tiene que cambiar nuestra filosofía existencial para que no se nos escape algún consejo. Creo que forman parte de nuestras habilidades sociales. Casi sustituyen las anodinas conversaciones de ascensor sobre el tiempo. Contar los problemas y dar consejo sobre los mismos nos devuelven nuestra existencia, nos reporta información de quiénes somos y de cómo situarnos al medirnos en los ojos de los demás. Es nuestro Efecto Pigmalión. Cómo romper con algo tan arraigado y salir de nosotros mismos para atender al territorio y no a nuestro mapa. Un orden de conciencia superior es lo que nos falta, para asimilar que somos y existimos al margen de los demás.

CUAL NARANJA AMARGA

CUAL NARANJA AMARGA

¿Cómo se prepara le mermelada de naranja amarga? Supongo que a diferencia del resto de las frutas con las que se hace mermelada y que son puestas a cocer, en este caso no se prescinde de la cáscara, parte necesaria para conseguir  ese sabor tan peculiar. Se emplea como dulce, pero deja un gusto distinto. Produce el cambio, marca lo singular frente a un sabor monótono dentro de lo que consideramos goloso.

Así se desarrolló ese último día de curso, es decir, nos produjo un regusto amargo por varios motivos. En primer lugar, marcaba el final de un periodo en el que hemos compartido nuestras experiencias, vivencias, apartados más recónditos de nuestro ser. Nos desprendimos de las corazas inquebrantables del qué dirán, porque todos fuimos acompasados experimentando un bucle por el que nos vimos arrastrados y contagiados sin darnos cuenta, bajo un ambiente cómodo, efímero que deja su impronta de una manera sutil pero que nos atrapa por dentro. Ni que decir tiene, que también suponía una despedida de la facultad, al menos de momento. Tantas experiencias vividas, tantos miedos superados, tantas relaciones y vínculos creados que suponían un amargor en ese último día. Despedirme de mi profesor, despedirme de sus clases en las que tanto he aprendido; con tanta estimulación y ánimo otorgado me incitaban a darle las gracias una y mil veces; con la mirada transmitida, en alguna ocasión verbalizada. Una admiración por su trabajo que me hacía especial devota, como muchos de los alumnos de psicopedagogía que estaban realizando el curso y que se entusiasmaban al contar anécdotas del entrañable profesor que estos días nos acompañaba, contagiando a los compañeros no procedentes de esta facultad a tener una visión compartida del fenómeno; de la vorágine de vernos atrapados por lo experiencial bajo la exigencia de una reflexión continua y un vínculo con tanto como hemos aprendido.

En segundo lugar, tengo que destacar la actividad en la que nos desprendimos de nuestro útil, que tras varios días trabajando y relacionándonos desde el mismo, formaba parte de nuestra identidad y se había convertido en un apéndice del que nos debíamos desprender. ¿A quién regalar? Eso fue todo un conflicto, porque como ya dijimos, y sin que suene a tópico, hubiese dividido mi figura en pedazos para compartirla con cuantos asistieron al curso, porque con todos ellos viví momentos emocionantes, divertidos, profundos, tristes, desinhibidos… Cuánta suerte tuvo Virginia al poder hacer esto, quien dejó parte del mismo incluso en nuestro jardín. El corazón de Julián subyacía también en todos, al dejarlo en el espacio en el que habíamos trabajado durante esos días, donde se han almacenado muchos recuerdos que evocaremos cada vez que pasemos por allí.

Se produjo un conflicto pero decidí darle mi útil a una compañera a la que estimo, una compañera que regala sonrisas por doquier y que me pareció ver triste el día anterior. Quería decirle que estoy ahí, aunque guarde silencio, porque me parece una persona muy tierna y encantadora con la que me he confesado en alguna ocasión depositándome su confianza. Gracias Gloria. Nuevamente un amargo sabor se apoderó en el momento en el que recibí los útiles de dos de los compañeros. Halagada pero culpable al no haber correspondido. Realmente me cuesta mucho recibir, y es que creo que por educación, por predominio de la afiliación, por aquella expresión que repudio de los pueblos pero que muestra una realidad, vivimos bajo el compromiso de cumplir con los demás. Una buena amiga del colegio ha reflexionado conmigo de este fenómeno, el de recibir y quedarnos con ello, sin tener una obligación posterior, porque es un derecho el ser estimados y apreciados.

Personalmente, tengo muy arraigado el sentimiento de afiliación. Me han educado para que sea generosa, y no espero nada a cambio porque dar me hace sentir bien. Tal vez esto que se considera conducta prosocial no sea más que una expresión narcisista y egocéntrica que nos proporciona una posición ante la relación con los demás, porque el altruismo supone dar sin recibir nada a cambio, pero en esa afiliación recibimos una sensación de bienestar, luego salimos beneficiados.

Fue incómodo, sentí desasosiego, sentí la cáscara de naranja por no haber correspondido a esos compañeros que me brindaban un regalo, pero la actitud del maestro pretendía romper con esos cánones sociales, con esa educación bidireccional, pues  la esencia del ejercicio era ir más allá de lo material, de trascender de los roles sociales, de hallar el significado de compartir. Creo que lo voy verbalizando según ha ido pasando el tiempo y he evocado la sesión a lo largo de este tiempo. Pero de una manera inconsciente, sin esa racionalización que ahora trato de explicitar, sentimos ese día el ansiado quinto orden de conciencia de Kegan, que en el fondo es el arquetipo del maestro. Dar sin pensar en la relación, sin sentir esa incomodidad de ser correspondido y corresponder, librándonos de lo social para encontrarnos con nosotros mismos bajo esa nueva experiencia. Por ello surgieron posteriormente los abrazos. En mi caso y en el del resto, o así lo considero, no se primaba la afiliación como motivación predominante. Se generó el sentimiento de dar, de mostrar agradecimiento.

Hubo quien huía de este tipo de demostraciones porque les incomodaba, y así lo expresaron algunas personas con toda confianza, también libres del estigma social del quedar bien y priorizar la necesidad del otro. Manifestando que si expresaban tanta emotividad se derrumbarían y se harían más vulnerables. En el fondo seguían pensando en el otro, o en la imagen que pudieran dar ante el otro; pero actuaban desde su propio yo, que al priorizarlo, conseguían alcanzar la libertad de acción del maestro, o ese es mi punto de vista.

Tengo miedo de no ir bien encaminada. Alejandro compartiría ese último día, transcurridos diez años, ahora enriquecidos por su bagaje y acervo conceptual y vivencial, por lo que tengo pánico de no estar a la altura. Bueno, sigo en una fase de tener que seguir acomodando el material, lo cual me recuerda la cáscara amarga de la que partía este post, sin duda endulzada por la clausura de nuestro profesor, quien como círculo de cierre, concluyó con la misma película que el primer día nos mostró el arquetipo del artesano a través del músico en aquella escena llena de simbolismo. Una metáfora de lo que había sido explicado aparecía en la nueva escena, donde la naranja recobraba su forma esférica que nos devolvía a la cadencia perfecta, a la estabilidad, a la asimilación de la incertidumbre creada anteriormente, y a pesar de la despedida, podíamos saborear con deleite esa mezcla de dulce y contradictorio amargor.

Hubo mucho material ese día. Se dio un ejercicio cargado de toma de conciencia desde cada arquetipo, desde cada actitud que tanto nos había costado encontrar y que errábamos partiendo del ejemplo concreto, de un pensamiento inductivo limitador del proceso, pero que facilitaba llegar a un nivel de abstracción posterior cuando se acompaña de reflexión. Sobre este ejercicio todavía no me encuentro preparada para hablar, luego posiblemente, en algún tiempo cercano, me atreva a volcar en el blog. Por lo tanto, este post no supone la despedida. Parece que me niego a romper el cordón umbilical con este año, con mi profesor, con mis compañeros, con el material, con el ejercicio reflexivo y con tanto crecimiento personal.

De momento paladeo el amargor, pero sólo es una toma de contacto que anuncia el tener que asumir que finalizó un periodo muy significativo personalmente. Sigo anclada en su azúcar, porque muchos sinsabores ya nos trae nuestro ciclo vital, las crisis como vimos, forman parte de ese sinsabor, o tal vez tenga que darle uno. Veremos cuando se presenten.

Cinco actitudes desde las que mirarme, reconstruirme

Cinco actitudes desde las que mirarme, reconstruirme

Por fin me siento ante el ordenador, o dejo que éste se acomode en mí transmitiéndome un calor insoportable. Pongo el ventilador. Juego con la imaginación y trato de comenzar el post siendo original, sacando a colación personajes (reales o ficticios) con los que enriquecer los diálogos. Me gusta invitar a esos traviesillos colaboradores para aportar más puntos de vista que el que mi propia identidad refleja tratando de empatizar con lo que su biografía me aporta (aunque siguen saliendo de mi propia microvisión) pero en esta ocasión no se me ocurre a quién invitar. Pienso en las palabras de Alejandro, quien me incita a escribir y ya está, dejándome llevar por mis pensamientos y por cómo va integrándose en mí el potentísimo material con el que la semana pasada hemos trabajado.

Escribo en Word y luego lo paso al blog. Me entretengo en eliminar mi fotografía de la portada, porque ahora me recuerda a una broma dirigida a mí sobre esa imagen y la asocio al pegamento, JA. Emulaba a Rodin, pero también podía suscitar que ponía en práctica mi sentido del olfato, sea lo que sea siempre y cuando haga alusión a la activación del recuerdo, a la potenciación de la memoria, testigo subjetivo de cuanto acontece. Qué bien, cuánta interpretación de una imagen tan objetiva para mí.

Me levanto, escribo, me vuelvo a levantar y hago balance de cuanto me ha ocurrido en estas últimas semanas en las que he finalizado la carrera, me he graduado, he cambiado de trabajo, me he despedido de agradables y siniestros fantasmas que subyacían en la que iba a ser la incorporación al centro del que provengo, que se ve truncada por una nueva experiencia hacia la que tengo miedo… respeto diría más bien, porque el curso de la semana pasada me ha mostrado unas nuevas lentes con las que mirar, analizar y posicionarme ante el mundo que me circunda, que me absorbe, que me mangonea, que… empiezo a hacerme con él.

Antes de escribir este post, he recreado el comienzo del mismo en mi mente donde aparecían introducciones de lo más variopintas como la descripción del proceso de tirarme de cabeza al agua, como metáfora de dejarme arrastrar por lo experiencial y abandonar la racionalización que normalmente hago de mi trasiego por la vida. Me he llegado a ver en la absurda situación de encontrarme en una sala de espera ante el paritorio del que iba a salir un post. Arrastrada por mi imaginación visualizaba los quejidos del alumbramiento. Borremos esa imagen, porque mi imaginación va más allá de lo que cualquier documental podría mostrarnos en televisión. Pero más lejos de esto, está la idea de crear algo nuevo, novedoso, con la belleza que representa el haber descubierto nuevas habilidades en mí, en mis compañeros, en cómo se potenciaban nuestras propias vivencias al hacerlas explícitas y recibir el feedback en los distintos grupos de los que he formado parte. Añadir lo estupendo que ha sido esto al verse en la vorágine de un curso intensivo, compartiendo una jornada de casi doce ricas horas, aliñado con la dirección de nuestro profesor, quien se ha convertido en el aderezo perfecto para una degustación exquisita bajo mi punto de vista y el de la totalidad de los compañeros que se han dejado guiar al igual que yo, que nos hemos entregado, que hemos buceado en nuestro interior encontrando escondrijos muy útiles en el presente y para el futuro desempeño.

Siento como he dejado que las vivencias calasen en mí hasta lo más profundo, empapándome y dejándome aprender, eliminando cualquier prejuicio o expectativa que me condicionase en lo que iba integrando. Sí decir que constantemente iba estableciendo relaciones, principalmente con la asignatura de habilidades sociales, porque no sólo era el mismo profesor quien nos moldeaba como plastilina, (quien se dejaba, pues esa plastilina podía estar rígida y dura, resquebrajada, al considerarse ávido de conocimiento hermético, terminado como producto enlatado). Era la misma forma de vivir el proceso dando un protagonismo abrumador a lo experiencial, pero salvaguardados del estigma de una evaluación, desprendidos del estereotipo (heurístico que racionalizamos para salvar a Alejandro de tal lastre) de que el profesor nos observa porque nos evalúa.

Cuánto admiro a Almudena y a Virginia por haber ido escribiendo en el blog todo lo acontecido durante el curso y lo bien que lo han ido integrando. A mí me ha costado encontrar el momento de ponerme a escribir, no sólo por la falta de tiempo y ciertas visitas a amigos que tenía descuidados por la vorágine de este año, sino porque he dejado que el contenido fuese calando en mí poco a poco, como una sutil lluvia que sin darnos cuenta nos va mojando hasta lo más hondo y sigue empapándome haciéndome plantearme muchas cosas que todavía están asentándose. Bueno, no hay prisa.

Recuerdo el primer día del curso cuando estuvimos trabajando con la actitud del artesano y enseñar desde la misma. Llevaba la flauta conmigo porque por la tarde tenía ensayo y sólo se me ocurría enseñar desde ahí. Cómo me limita la música, que forma parte de mi vida, en lo que respecta a hacer inferencias que fuesen más allá de algo tan cotidiano para mí. ¿Dónde se había escondido mi pensamiento deductivo? Porque sólo a través de lo concreto era capaz de entender dicha actitud. Finalmente hice un ejercicio de papiroflexia (simple, sencillo, directo, que captaba la esencia de la relación del artesano con la materia prima). Posteriormente, comprendí que no era el qué enseñar sino el cómo, donde estaba la esencia de lo que estábamos trabajando. Creo que si hubiésemos seguido con el mismo ejemplo a lo largo de la semana, en mi caso esa manualidad de papiroflexia, podría haber tenido lugar el ver las diferencias, pero me decanté por cambiar de objeto de enseñanza. La verdad es que Alejandro jamás nos limitaba sino que nos dejaba explorar, hubiese sido distinto el posicionamiento sumido, el estatus, la actitud ante la tarea concreta, la relación con el discente si no hubiese variado el qué enseñar, todavía puedo explorarlo.

Francamente me costó esa actitud, tan entregada y dirigida hacia el objeto; yo que suelo racionalizarlo todo o casi todo. Había que desprenderse de juicios, pensamientos y fundirnos con el objeto. Cuando tuve que diseñar mi útil me bloqueé, hasta que mis dedos hablaron por sí mismos. Lo que desconocía era que ese útil iba a ser tan socorrido y relevante para las demás actitudes. De hecho, al día siguiente, desde la actitud del comerciante tuvimos que venderlo, para de nosotros mismos salir al exterior y ofrecer nuestra modesta creación buscando argucias que se adaptasen a las necesidades de los compradores. No sé si meterme en un papel ajeno a mí me facilitó mi desinhibición y conseguí sentirme muy cómoda, despreocupada, distendida. Creo que entendí bien in situ esta actitud y atender a las necesidades de los demás, o más bien crear la necesidad en los demás para hacer operativa esta actitud. Cuan divertido fue explorar el rol del comerciante enseñando a una compañera, Cristina, snorkel. Cuan útil es esta actitud para una conducta asertiva, cuan importante para poder reafirmarnos y hacer de nuestra existencia un sentido, sin dejarnos avasallar, embaucar y poder reafirmarnos, librándonos de estereotipos sociales que merman nuestro propio crecimiento y autorrealización.  

Mi favorito: el guerrero, estratega, analista de las situaciones más cotidianas, racionalizador. Muy llamativa fue la pose de Alejandro en este día que nos decía dónde sentarnos, que se mostraba más neutral ocultando su emotividad para sorpresa nuestra. Aquel que nos recibe siempre con una sonrisa nos ponía normas para distribuirnos en el espacio. Cómo me descolocó ese día, pues inicialmente, antes de entender qué actitud íbamos a trabajar, trataba de realizar atribuciones causales, buscaba la lógica y una explicación porque su conducta me produjo una disonancia cognitiva. Respiramos aliviados cuando nos explicó la actitud del guerrero y me arme, contraje mi abdomen para recabar fuerzas que me nutriesen en una fervorosa defensa grupal de nuestros útiles. Siempre he huido del conflicto, de la discusión, pues mi predisposición a agradar a los demás oprimía mi ego. Nuevamente, casi dejándome absorber por un disfraz, me defendí, cuando asumí el rol, y descubrí estrategias de las que no creía disponer. Crecí por un momento, un baño de coraje me ha impregnado de un barniz que me hará más fuerte, más atrevida, más humilde ante la derrota pero asumiéndola con dignidad, con normalidad, porque las pequeñas batallas forman parte de la vida diaria. Un cuartel general en miniatura me hará enfrentarme a mis miedos, analizando mis puntos fuertes. Ha sido todo un descubrimiento, y tengo que indagar más.

El chamán. Todo un reto. Tras la explicación, a nivel teórico pude ir integrando cuanto se nos ofrecía, pero… ¿y en la práctica? Esta vez no sirvió de nada disfrazarme para ocultar mi identidad y protegerla. Cada uno de mis compañeros, valientemente, fueron aplicando su ritual. Fui la última en salir, y hubiese tirado la toalla de haber soportado ese silencio tenso que se generó mientras todos iban haciendo recuento de quién faltaba por salir. Se me secó la boca. Noté mi voz temblorosa. Mis ojos, salvo en la práctica que llevé a cabo y con la que expliqué la sucesión del ejercicio en el grupo, eran incapaces de mirar de frente. Se refugiaron en el suelo. Buscaba miradas cómplices pero todos se dejaron arrastrar por el chamán. Alejandro volvía a estar serio, y buscaba su empatía porque me conoce, porque sabe qué me hace sentir incómoda, ajena de mi misma. Pero en su posición neutra parecía leer “venga, ánimo”, o tal vez no. Tal vez fue un empujoncito que busque como defensa, como el escudo. Me reprochaba a mí misma no encontrar las estrategias de día anteriores, sobre todo porque era difícil trabajar con actitudes puras, principalmente porque se ven contagiadas de nuestra propia personalidad, construida a partir de bagaje de la vida y la relación con los demás, de la resolución de pequeñas o grandes crisis. Llegué a casa habiéndose disipado la energía brindada en día anteriores al verme poco efectiva. ¿Tan rápido me derrumbaba? Aquello que creí ir integrando era más complejo. Me vino de frente una bofetada que no supe gestionar, y era el sentirme torpe frente a todos los demás. Pero por la tarde, aunque no estuve en clase, fui analizando cada actitud y volvía al día siguiente con la energía de días pasados.

El último día, el maestro. Fue tan, tan intenso, indescriptible, emotivo que merece otro post. Fue un día con aroma de despedida y de nostalgia. Un círculo representa una visión holística conformando una figura geométrica pequeña y defectuosa que poco a poco va tomando forma y unas dimensiones que encuadran con el radio al cuadrado por 3,1416. Y nuestro profesor, que dos días anteriores no era reconocido entre quienes conocemos su relación con los alumnos, fue el primero en sembrar la semilla, redonda como un guisante, con la que  todos nos fuimos haciendo girar nuestras mentes en plena ebullición. Dará mucho más de sí. ¿Se convertirá en un círculo vicioso? Dará sus frutos en un futuro inmediato. de momento se van asimilando, me preocupa menos el sentirme efectiva con esas actitudes, porque si considero que ya están adquiridas, acomodadas, menguaré y no habré hecho más que convertir mi círculo en un mínimo punto.

Gracias por hacer del curso una jornada redonda.

Última sesión de habilidades sociales

Última sesión de habilidades sociales

Me encontraba sola en el salón de mi casa ante la imponente quietud de la noche. Un silencio sobrecogedor me invadía y mi única compañía era el repiqueteo de las teclas del ordenador mientras escribía estas primeras palabras.

Sola no puedo. Me levanté del sofá y decidí buscar entre las estancias de mi humilde morada a algún personaje que me ayudase a reflexionar sobre esta última sesión. Abrí puertas, miré en armarios. Incluso debajo de las camas, pero no había rastro ni de Freud, ni de Milton “El pesado”. Ni siquiera pude contactar con los espíritus que habían presenciado las clases de habilidades. Nadie. Decidí sentarme y volcar lo que ahora escribo.

¿Cómo fue la sesión programada con los alumnos de CAFAD? Para mí, lo verdaderamente enriquecedor fue la preparación de dicha sesión. En el transcurso experimenté un cambio o una flexibilidad y comprensión hacia quienes tenían una visión distinta del programa. No fue mera anécdota el incluir a Aristóteles como autorretrato (que más quisiera yo) de una visión de la planificación concreta y centrada en acciones. Priorizando el ser operativos, o eficaces en términos evaluativos, me parecía pertinente desarrollar dinámicas. Pero el punto de vista de algunos compañeros caló en mí. Por ello introduje a Platón, más abstracto que el anterior, a modo de comparación con un diseño más centrado en las ideas, en unos objetivos y un para qué, por encima del qué. De esta forma, una de esas magníficas noches en las que te encuentras activo/a y te cuesta conciliar el sueño, o el sueño está enfadado contigo por no atenderle demasiado, proyecté una secuencia de actividades. Y digo bien actividades, pero con un carácter mucho más abierto e impreciso que hiciese remover a nuestros supuesto clientes.

Al día siguiente me hallaba en la facultad realizando un trabajo para otra asignatura, y cuando le di fin, subí las escaleras todo lo rápido que pude en busca de un respaldo. Quería compartir lo que había estado elucubrando durante la noche con un compañero más “platoniano” que yo. Lo mejor de todo es que le entendía. Claro. Como entendía a quienes defendían los objetivos en cuanto a que marcan el rumbo y nos planteaban unas metas. Así, mi “platoniano” compañero aplaudió la propuesta y juntos nos pusimos a darle formato.

Mientras redactábamos el correo, a parte de inspirarnos con música que amenizaba enormemente la velada, nos esforzábamos en dar una secuencia, coherencia y relación entre las actividades, porque lo que menos pretendíamos era dar paquetes cerrados de juegos que no activasen, para nada, su reflexión. Además, recordaba la gélida acogida de los alumnos de Educación Física cuando esperábamos delante del edificio que tantas dudas albergó en nosotras sobre si era el punto de encuentro. Recuerdo cómo se dieron cita los estereotipos y buscábamos, como locas, ropa deportiva y zapatillas.

-          ¡Ese! Seguro que es de EF.

-          Pues no. Resulta ser un jubilado que pasea por las mañanas.

-          ¡Ese otro! Es el típico “cachas” que vendrá a ayudar a estas pobres damiselas que han de enfrentarse con la montaña.

-          ¡Tampoco! No son músculos. Es la forma del abrigo, y además es una señora que pasea un perrito…

Cuando al fin se fueron presenciando, se quedaban por los alrededores hablando entre ellos. Recuerdo que hubo un diálogo que nos aterró bastante:

-          ¿Llevas la mochila?

-          Sí, además he metido botiquín y el teléfono por si pasa algo.

“¡Oh, oh! Menuda forma de dar ánimos”. Y se fueron formando en círculo sin integrarnos, sin preguntarnos si éramos de psicopedagogía. ¿Acaso nosotras no cumplíamos con el estereotipo? ¿No se nos notaba en el patrón de comportamiento que estábamos a su merced? ¿Creerán que somos señoras sin perrito? ¿Nos presentamos?

Lo que sucedió esa mañana ya lo describimos en clase, y pasó a ser menos simbólico en lo que me había planteado esa noche de insomnio.

-¡Ya está, podríamos trabajar las relaciones interpersonales, las presentaciones, las formas de iniciar una conversación!

De ahí la secuencia de presentación en el hall. De ahí la posterior merendola, actividades que iban de lo menos estructurado y la espontaneidad absoluta (salvo por el marcador del contexto y el rol de clientelismo que podría tener lugar, tal vez evaluación), a una actividad más cerrada, que en un principio era un juego con pos-it (o como se escriba) que terminó en buscar semejanzas a partir de unos ítems. El colofón sería trabajar en pequeño grupo a partir de unas preguntas, que también plasmamos en la propuesta, para concluir en gran grupo. Por lo tanto, queríamos aprovechar la experiencia del día de la excursión y su insípida presentación que se vio amenizada por David, afortunadamente.

A partir de la propuesta empezó a funcionar el foro. Se concretaron roles en la última sesión y se organizaron los materiales y espacios.

Al fin, pusimos en práctica la sesión. Salimos bastante satisfechos en términos generales, y David aprovechó la coyuntura para trabajar un problema de compañerismo que tuvo lugar uno de los días. Me encantó la síntesis que me comentó Carmenchu en petit comité, denominando ese momento como catarsis.

Teníamos más actividades, pero supimos al unísono adaptarnos a la nueva situación y flexibilizar en cuanto a las necesidades que estaban teniendo lugar.

La última sesión de habilidades sociales. Parece que se hacía demorar el por qué del título de este post.

Reunidos en grupo nos pusimos a evaluar, valorar, observar desde la distancia, nuestra actuación. Personalmente, viví ese momento con algo menos de euforia a como habíamos terminado el día de la realización o implementación, supongo que por las connotaciones de la evaluación. Al margen de hacer una síntesis como satisfactoria, que tuvo lugar, salieron al tapete la excesiva presión que había vivido una persona al tomar la iniciativa y cómo los observadores (controladores del tiempo, intérpretes e infiltrados) no tomaron el mando. Por otra parte, los observadores interpretaron que su función consistía en recabar información para una puesta en práctica en esta presente sesión que describo, y no que tuviesen que liderar.

En mi caso en particular, asumí rol de observadora, pero me parecía tan estático que decidí participar en la jornada: en las presentaciones, en el juego y en las puestas en común. Además, tenía sentido el adaptarme partiendo de lo que había aprendido sobre la flexibilización. Intervine y dirigí parte del debate en pequeño grupo. En gran grupo me bloqueé. Tenía preguntas, quería vincular esta acogida a la recibida por ellos pero me fallaba la formulación de la pregunta cada vez que la enunciaba en la cabeza. No quería que sonara a reproche; por lo que al final desistí. También reconocí que me dio vergüenza, y ésta se elevó a la enésima potencia cuando me recordé que habíamos estado trabajando la habilidad de hablar en público. ¡Ya lo sabía! Pero el contexto era distinto, he mejorado mucho a la hora de enfrentarme a exposiciones (por lo menos a nivel de vivencia interna, conflicto conmigo misma que mengua afortunadamente), pero la situación era distinta. ¿No es lógico después de haber estudiado a Bateson? ¿No lo vimos el día del kárate? ¿Somos tan simples de aprender una habilidad y reproducirla igual en cualquier contexto sin modificación?

Carmenchu estuvo genial en su intervención y me dio una interpretación muy acertada que me hizo recobrar algo de paz conmigo misma. Tal vez no quise intervenir o asumir protagonismo para dejar actuar a más gente, puesto que en el foro ya expusimos la propuesta y tal vez no querría volver a saltar a la palestra. Creo que con ese comentario encontré paz; entre tanta algarabía, entre tanto “no he terminado de hablar”, entre tanto “bajad la voz que parece un gallinero”. Y es que creo que me iba incomodando, todo ello mezclado con la sensación de ser la última sesión. La última clase. Contextos fluían por mi cabeza recordándome todo lo que tenía que hacer. Volver a centrarme…la clase. ¿Recuerdas? Estábamos valorando la sesión de HHSS, me autogestionaba de vez en cuando.

Cuando en el grupo abordamos el tema de ¿por qué no utilizamos lo que hicimos en la excursión? Me derrumbé. ¿Qué era la presentación y la acogida sino una forma de mostrarles las relaciones interpersonales? Aunque fuese un poco artificial la presentación de una merendola. ¿Por qué no trabajamos la competitividad si tuvo lugar en la salida al Ecce Homo? Creo que trabajamos la colaboración y la afiliación a partir de nuestro comportamiento. Ellos, con las preguntas que íbamos dirigiendo en el pequeño grupo, podían haber hecho inferencias y haber establecido una diferencia, pues en ella se encuentra información con la que trabajar; por lo tanto, indirectamente, sí trabajamos con ellos la colaboración y el trabajo en equipo al margen de que lo sacase al centro del debate David.

Empecé a preguntarme a mi misma el ¿por qué si no salía por ellos mismos esa inferencia tendríamos que explicitarla? De esa forma volveríamos a Aristóteles, a la dirección rígida, al estancamiento. La experiencia la vivieron como nosotros, y si reflexionan sobre ella pueden hallar esas diferencias y, por lo tanto, puede encontrar el mensaje implícito. O tal vez no, pero aprendí muchísimo durante este cuatrimestre sobre no marcar la direccionalidad de nuestro proceso, porque cada uno iría llegando a su ritmo, en función de lo que experimenta y evoca. Hacer de la situación un ente estático vendría a contradecir la forma de trabajo que hemos ido vivenciando este tiempo, con tantos descoloques, pero que ha dado tantos frutos. El más rico sin duda, la riqueza de interpretaciones que se han generado a partir de una misma situación. El relativismo del mundo que nos rodea. Y también que hemos sabido conjugar nuestras singularidades haciendo una esfuerzo en común. Tal vez no haya habido sinergia, más que la suma de las partes, cosa que es totalmente cierta y con la que estoy de acuerdo porque últimamente esta palabra está de moda y se usa doquiera que vaya. Sólo añadir que hemos aprendido muchísimo en lo que respecta a la capacidad de adaptación gracias al ejemplo de lo que se nos ha ido mostrando este cuatrimestre.

Y por último decir que “la enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón”.

Gracias por tantas vivencias.

 

MCGUFFIANOS

MCGUFFIANOS

Era todo un reto. Muchos Mcguffins se han sucedido a lo largo del cuatrimestre y había dos a los que quería darles encuentro. Parecen lejanos en lo que respecta a mí misma, pero, dando rienda suelta a mi imaginación y explicitando las dudas que albergo con respecto a mi vocación como maestra, han generado un debate exacerbado de lo que considero un conflicto interno entre lo que tiene que ver con mi “Ello” y mi “Yo”.

De tal manera que aquí me hallo, bajo las escaleras de mi cotidiana facultad. Escondida, escudriñada, para encontrar algo de tranquilidad, la que no encuentro ni en casa ni en la cafetería para poder hacer balance de estos cuatro años, tiempo en el que como un péndulo he pasado por momentos álgidos y otros en los que estuve a punto de tirar la toalla y abandonar lo que quería hacer por la generatividad ante la exigencia de amigos, familiares y mi propia culpa al no dedicarles el tiempo que merecían.

Por otra parte, a veces tengo dudas sobre mi vuelta al cole. Me gusta la docencia pero quiero seguir aprendiendo y, ese desasosiego que se calma al cubrir mi necesidad de aprendizaje, entra en una convulsa polémica cuando me resta tiempo de realizar otras actividades, de compartir tiempo con todos a cuantos quiero. Por eso he querido hacer este diálogo cargado de visiones extremistas para hallar la catarsis que haga de terapia ante el vértigo que siento, viendo que termina este periodo de enriquecimiento en el que he crecido mucho y me ha brindado muy buenos recuerdos de una etapa que quisiera repetir, estirar y degustar hasta que decida, sin ningún condicionante, que quiero detenerme para volver a la familiar cotidianidad de la que seguiré aprendiendo pero a otro ritmo, marcado por un metrónomo más hogareño.

HOLLAND: Yo he sido músico, y músico me sigo sintiendo al transmitir ese campo de conocimientos, a pesar de no encontrar un breve momento para dedicárselo a mi autorrealización personal. He de reconocer que en un principio, esta actividad, la docencia, no satisfacía mi vocación, pues me dejaba poco tiempo a la composición. Esta última siempre ha sido el resquicio que me sobraba del resto de las actividades que emprendía y al principio lo vivía con cierta ansiedad. Los años han ido acomodando esta actividad, la enseñanza, y  la han situado en el centro de mi vida.

NIETZSCHE: Claro, esto es así porque “el que no se conforma es porque no quiere”. En mi caso, y haciendo gala de un quinto orden de conciencia, mis teorías y planteamientos filosóficos han ido anteponiéndose al resto de las actividades, estando incluso por encima de todo lo demás, por lo tanto, mi prioridad se establece en el cultivo de mi mente y espíritu. Convulsas han sido mis relaciones con amigos quienes han desfilado por mi vida dejando poca huella. Tuve que atender a ellos como objeto del que surtirme de aprendizajes y experiencias, y relativizar mis relaciones cuando mermaban mis puntos de vista o mi capacidad para crear. Así sucedió en mi amistad con Wagner y su esposa Cósima, con quienes compartí muchos momentos a los que tuve que renunciar de forma drástica cuando ofendieron mi sensibilidad en lo que consideraba atentar contra mis principios filosóficos y morales (compromiso con el relativismo).

HOLLAND: ¡Pero hombre! ¡Cómo vas a anteponer una mera opinión a la relación con los demás! ¿No te das cuenta que de esta manera te aíslas? Somos seres sociales, la música que practico y que tú tanto idolatras no es más que  un ritual social en el que convergen intereses, gustos, identidades. ¿No entiendes que nos necesitamos los unos a los otros? Si te segregas, si te amputas de la oportunidad de crecer en un contexto de interacción, de nada servirán tus principios, pues no hallarás un resquicio humano con quien compartirlos y estarás mancillando el fin último de toda filosofía e ideología, pues es su deseo ser compartida para que pueda crecer mediante la transmisión cultural, aspecto que sólo es posible a través de la comunicación con el prójimo.

NIETZSCHE: Veo que te conformas con un tercer orden de conciencia. Poco ambicioso eres, y así te estás convirtiendo en un lastre de ti mismo impidiéndote crecer. Las ideas fluyen igualmente. En mi caso, sin intención de darme a conocer más que en lo que consideraba mi propia satisfacción y regocijo, he sido discurso inspirador de corrientes enfrentadas, convulsas, controvertidas. Mi punto de vista ha sido tan versátil que del chovinismo a la posición más anárquica se ha tomado mi filosofía como bandera. No coartando mis alas es como mi creatividad ha volado libre de ataduras sociales en busca de aprobación. Ha sido ese liviano peso en la búsqueda de aceptación lo que ha derivado en unos principios que han generado multiplicidad y no una visión dicotómica de lo que se considera apto o no apto en función de un estigma social. Vuela libre y da rienda suelta a tu generativismo.

HOLLAND: No sabes cuánto te compadezco. Es tan triste argumentar de esta manera que te has creído tu propio engaño no dándote la oportunidad de desarrollar cierto relativismo con lo que consideras tu guía espiritual. Te has convencido de que tu mapa es el territorio, cayendo en un egocentrismo enfermizo que te conduce a la mitomanía.

NIETZSCHE: ¿Dónde has llegado tú? La transmisión que has realizado, aún cuidando tanto el componente emocional en tu relación con los demás, te ha cerrado el círculo  a tu entorno inmediato. Más allá de eso eres un completo desconocido para el mundo. Tu existencia es nula. Has matado tu aportación al conocimiento priorizando el lado humano al de las ideas. ¿Acaso no recuerdas a Platón, quien desde la crítica al mundo sensible pone por encima dichas ideas como antídoto a la interpretación sensible e imperfecta que hacemos de dicho mundo? Las ideas fluyen como el agua que distraídamente desgasta la roca dejando su huella marcada para toda la eternidad.

HOLLAND: Tu verborrea me confunde y las falacias que argumentas me inducen al engaño. Mi existencia ha tenido sentido en cuanto hallo albergue en el corazón de con quienes me he desnudado y me he compartido. Aunque mi generatividad tenga poco alcance científico o artístico, mi persona se encuentra retratada en esas mentes a las que he alimentado desde mi presencia física, por sensible e imperfecta que sea. Mmmm. Creo que en el fondo estás resentido. Tanto estudio te ha reducido las habilidades sociales hasta hacerlas del tamaño de un guisante si es que pudiesen materializarse. Tratando de entenderte, en el fondo no eres más que víctima de las circunstancias.

NIETZSCHE: ¿Ahora vas a analizarme? ¡Estos pedagogos...! ¿Pero no eras músico? Bueno, por intentarlo no pasa nada. Y de equivocarte ya sabes que no me tiembla el pulso si de mandarte a freír  espárragos se tratara.

HOLLAND: Creo que  la convulsa relación con tu hermana te ha hecho mella, pues tan pronto os queríais como os odiabais. Te abriste un  frente en la sociedad de la época y te ganaste cierta antipatía por las duras críticas volcadas hacia Wagner, músico antisemita que se ganaba los afectos de un público más antisemita que él. Atacaste a la iglesia en un momento histórico de verdadera religiosidad, y sólo a ti se te ocurre hablar de “El anticristo”. Para colmo, Salomé, de quien te enamoraste, te dio calabazas y se fue con tu amigo Paul Rée.  ¿Acaso eres masoquista?

NIETZSCHE: Vamos a ver, vamos a ver. Creo que no hubiese sido igual de prolífico si me hubiese entregado a los demás. ¿De dónde si no hubiese sacado tanto tiempo para escribir?

HOLLAND: Efectivamente hubieses dispuesto de menos tiempo para tus libros, para el cultivo de tu intelecto,  pero te hubiese generado la oportunidad de compartir cuanto sabías, porque te agarraste a la escritura como tu amiga más fiel, la única que no podía traicionarte porque salía de ti mismo y estaba salvaguardada de la incertidumbre que caracteriza las relaciones sociales.

NIETZSCHE: Pues a modo de experimento, voy a dar una oportunidad a la amistad que ha germinado en la conversación de hoy. He de comprobar que se puede sacar tiempo para todo y que mi creatividad no sufrirá las consecuencias del abandono.

Así, después de esta Mcguffiana conversación en la que no he hallado respuesta respecto a lo que me acontecerá el próximo curso en relación con mi generatividad, dudo que Nietzsche frenara su producción y que encontrase su nueva vocación en las relaciones públicas. Yo, que tengo una mentalidad más simple, de momento llego a todo.

Como no tenemos nada más precioso que el tiempo, no hay mayor generosidad que aprovecharlo sin tenerlo en cuenta”. Marcel Jouhandeau (1888-1979).

 

 

LA COMPRENSIÓN DE TEXTOS Y PENNAC

LA COMPRENSIÓN DE TEXTOS Y PENNAC

Me ha encantado el texto de Pennac. No suelo comenzar ningún texto haciendo esto tan explícito, pero su lectura me ha removido mi infancia, a cómo tomamos contacto con la literatura y con el documento escrito. Algo que en las siguientes líneas quiero compartir.

Cuan relevante es la comprensión lectora para el aprendizaje. Los niños, poco a poco, tras el periodo en el que van adquiriendo la mecanización en la decodificación y la recodificación, deben desarrollar nuevos procesos para poder hacerse poseedores del contenido de los textos y poder relacionarlo con sus esquemas previos.

Perrault, Grimm, Andersen y todos los autores anónimos que han contribuido a enriquecer nuestras noches antes de ir a dormir, lo tenían presente, haciendo de sus cuentos breves historias a través de las que se podía ver el mundo. Se mostraban como ventanas a la fantasía con las que la imaginación se daba cita para desarrollar, mediante los sueños cuando éstos son recordados, la creatividad y las  relaciones con el mundo real al convertirnos en los protagonistas de las historias que nos habían narrado y que se habían quedado en nuestra memoria para ser evocadas en la arbitrariedad del descanso, haciéndonos despertar entre algodones o entre sobresaltos.

En mi caso, era mi bisabuela, en esas calurosas tardes de verano, cuando la casa se había quedado recogida después de juntarnos para comer y contar las pericias ocurridas por la mañana, quien me contaba cuentos. Odiaba la siesta, yo quería seguir jugando con mi hermana y con mis primos, combinación que durante el curso escolar no tenía lugar. Sin embargo, mi madre se empeñaba en distribuirnos en distintas habitaciones, cada uno con un adulto, para no hacer del tiempo de descanso y de aplomo estival una “Verbena de la Paloma”. A regañadientes me introducía en la cama, acompañada de mi dulce bisabuela que calmaba los ánimos con un abanico para mi deleite. Lo mejor era cuando ésta me narraba historias populares, relatos y anécdotas de otros tiempos. El vaivén del  abanico de madera, el sonido producido al abrir y cerrar sus varillas, marcaba el inicio de todas las aventuras que allí se daban lugar. Mi enfado mermaba rápidamente y me entregaba a todo lo que ella, tiernamente, me contaba. A veces surgían preguntas cuando algún cosquilleo había despertado mis ganas de investigar, pero por lo general me dejaba. Guardo esa época en un recóndito baúl que me gusta dejar abierto, por si acaso, por si lo necesito para sentirme bien. Creo que lo conservo como anclaje cuando algo inquietante se dispara. A veces me golpean los recuerdos de esa época cuando vuelvo a experimentar el mismo aire, por temperatura y velocidad, que ella compartía con su abanico.

Con mi bisabuela sentía tener una inmensa deuda; por lo que en agradecimiento le escribía cartas que ella no podía escribir. Las destinaba a una prima suya que vivía en Torrente, quien pocas veces visitaba el pueblo. Me fascinaba su expresión, su locuacidad y su memoria a pesar de no haber sido testigo del desarrollo de las escuelas a principios de siglo XX. Brillante hubiese sido siendo destinataria de ese servicio que acababa de expandirse en pleno regeneracionismo (a partir de 1898), ya que nació en 1896. Quizás ahora la valore más que entonces, aunque ya no esté conmigo para poder decírselo, para mostrarle mi gratitud al haberme abierto su ventana, al haberme dejado salir al balcón de su infancia donde transcurrían muchas de las anécdotas que compartía conmigo. “Gracias por tus cuentos, y gracias por perseguirme por la calle, siendo muy chica, para darme un currusco de pan a pesar de no querer comer. Gracias por haberme querido tanto con los cuentos”.

De adolescente me gustaba leer. En casa había muchos libros y es una costumbre, la de coger uno antes de dormir, que he visto siempre en mi padre. A pesar de que me atraían más las ciencias, recuerdo que disfrutaba de la literatura aunque me obligasen a leer lo que no era voluntario, lo que tal vez se alejaba de mis intereses, pero disfruté mucho con una profesora que nos hacía buscar el sentido a todo texto. Nos revolcábamos en el significado de cada capítulo, cada página, cada palabra; buscando recursos literarios con los que aplicar la inferencia. Me gustaba ver otras interpretaciones, otros sentidos alejados del literal. Puede que ese proceso, que muchas veces agradecí para mi aprendizaje, se convirtiera en un conflictivo enemigo que me hacía ir más despacio. Por lo que me enfurecía que pusiesen fecha límite para concluir las diversas lecturas que formaban parte del programa de estudios.

Poco quiero decir de otros tantos profesores y maestros que en su práctica me condujeron a memorizar definiciones literalmente, a no relacionar, a quedarme sólo en el contenido de esas líneas farragosas que no entendía, que se mezclaban, haciendo que mis sentidos y mi atención se fuesen a otra cosa porque me reprochaban el que les mantuviese esclavizados a mi servicio cuando no nos iba a servir de nada en lo que allí se estaba invirtiendo el tiempo. Mis procesos psicológicos más tarde se vengaron ante tan cruel sacrificio, pero sin duda, mi autorregulación se vio reforzada, pues “lo que no te mata te hace más fuerte”. Disciplina conmigo misma aprendí, pero mi atención se acomodó, teniendo que forzar mi arousal a conflictos con mi  voz interna y, en alguna ocasión, con mis padres, quienes oían de mí en las entrevistas con los tutores que “siempre estaba distraída, pensando en las musarañas”; y yo mientras seguía creyendo que eran del grupo arácnido, visualizando sus patas y la manera con la que podría evitarlas en un intento de ataque personal. Cuando descubrí que eran mamíferos me relajé. […].

Todo lo que he vivido en relación a la lectura me hace ser consciente de la dificultad que entraña, y creo que, aunque de una manera poco técnica y precisa, como sin embargo estoy incorporando ahora con la asignatura de dificultades, lo tenía muy presente. Tal y como dice CUETOS (1994) “el que un niño sea capaz de reconocer palabras no es garantía de que sea un buen lector, ya que tiene además que hacer uso de las claves sintácticas, muchas de las cuales son diferentes a las que utiliza en el lenguaje oral”. Así, a la lectura mecánica hay que incluir el procesamiento sintáctico, el semántico y la autorregulación, a la que antes me referí. Por lo que la lectura, en el momento en el que parece ser fluida, queda relegada a un segundo plano en pro de la comprensión con la que se genera el aprendizaje. De esta manera, el procesamiento sintáctico y el semántico cobran especial importancia para relacionar lo que se está leyendo con los esquemas previos que poseemos. Luego a pesar de la mecanización que supone esta destreza cultural, se da participación a la identidad del sujeto, a la interpretación que de un mismo texto se da por personas diferentes gracias a las inferencias que se realizan durante nuestros encuentros literarios. Los esquemas median y acotan la idea general que se adopta del significado y de la relación que establecemos entre las palabras. Nuestro lenguaje interno, traduce esas ideas, por ello podemos coincidir en líneas generales pero expresarnos de una forma tan dispar entre unos y otros sobre un mismo referente escrito.

Nuevamente la frecuencia de las palabras con las que evoquemos el lenguaje al traducir las ideas, hagan que las interpretaciones sean diferentes, ricas y mestizas en cualquier puesta en común. Por eso valoraba a mi profesora de literatura, que me ofreció más interpretaciones que la suya y la mía; la de mis compañeros. Por eso agradezco el aprendizaje por descubrimiento en el que me veo inmersa en las clases cuando trabajamos en pequeño y gran grupo al tener que resolver planteamientos de forma colaborativa.

En lo que respecta a la práctica docente, resaltar lo mucho que se está trabajando la comprensión lectora a través de planes en los centros, de las dinámicas que se generan en las bibliotecas escolares, de distintas pruebas que se realizan desde la propuesta del equipo de apoyo… la cantidad de material que hay en los colegios sería digno de mención, colecciones de libros, intercambios con los compañeros del aula de material escrito…; y sigue evidenciándose que la comprensión es un proceso muy relevante para el pronóstico del alumno dentro del sistema educativo. Haya más tele o menos, haya más hábitos en casa o ninguno en cuanto al trabajo de la lectura…  veremos como muchos niños pasan por fases de desmotivación, se distancian de los libros; pero que esta amistad es reconciliable como bien describe Pennac en el capítulo. Forzar, reprender, castigar no son medidas que contribuyan a que vuelva a crecer un interés por leer. Por el contrario enseñar a amar la lectura es trocar horas de hastío por horas de inefable y deliciosa compañía.