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LECTURA Y MÚSICA SE MUDAN AL MISMO HEMISFERIO

LECTURA Y MÚSICA SE MUDAN AL MISMO HEMISFERIO

Se afirma la idea de que el hemisferio principal es superior al menor en la utilización del lenguaje, aunque este último hemisferio destaca en áreas perceptuales como la visualización de objetos en el espacio, el reconocimiento de caras y la apreciación musical (SPERRY, 1985).

Siempre me ha llamado mucho la atención hablar del lenguaje y vincularlo al hemisferio dominante (el izquierdo en la mayoría) y la música asociarse al hemisferio derecho. ¿Acaso no es la música un lenguaje?

Los elementos de nuestro abecedario son 27 que dan lugar al sistema de escritura alfabético basado en la asignación de un signo gráfico a cada uno de los fonemas que el hablante pronuncia, y que se rigen por unas reglas de conversión para poder ser leídos.

En el caso de la música, las escalas están compuestas por 7 sonidos cuando hablamos de una escala diatónica, porque habría que incorporar otros 5 si hablamos de escalas cromáticas. Sería también equivalente a un sistema de representación alfabético. Estas notas se distribuyen en el pentagrama abarcando registros (series según la altura) de hasta ocho octavas en función de la partitura (en el piano; en otros instrumentos menos). Esto quiere decir que esos 12 sonidos tendrían que multiplicarse por ocho octavas, para ver la cantidad de signos distintos que podríamos encontrarnos en su lenguaje escrito y que se ha de decodificar para poder ser leído.

Hasta aquí por tanto vemos su similitud (salvo en la cantidad de elementos), pero he de añadir algunas diferencias en ambos sistemas respecto a lo anterior. Mientras que el lenguaje no presenta saltos de altura, salvo la entonación que damos en los distintos tipos de enunciados exclamativos, interrogativos o enunciativos; la música presenta gran variedad de alturas o registros en función de dónde esté ubicada la melodía en el pentagrama. A esto hay que añadir que tras la lectura, el objetivo es interpretarla con un instrumento que pone en funcionamiento el sistema motor y la coordinación según el grado de especialización de los dedos, por ejemplo. En el caso de los instrumentos de viento se tiene que conjugar la respiración con la lectura y la ejecución instrumental. Y finalmente, haciendo una consideración a los pianistas, músicos que gozan del mayor elitismo dentro de este ámbito, el equivalente a cuando leen una partitura es leer dos textos simultáneamente, pues un pentagrama se dirige a la mano izquierda y otro a la derecha.

Ahora bien, tanto en la lectura como en la música entra en juego la interpretación, la comprensión; pero sin duda es mucho más compleja la comprensión de un texto que de una partitura, pues este último es un proceso más mecánico que el primero. En la lectura, tras el proceso de identificación (letras, sonidos, palabras, oraciones, estructura), se pone en marcha la asignación de significado de palabras, el establecimiento de relaciones entre las oraciones del texto, la utilización del conocimiento previo para predecir información y el significado de las palabras desconocidas, y la realización de inferencias basadas en el contexto de lo leído con los esquemas cognitivos del lector.

Bien sabemos que podemos emplear dos métodos para la adquisición de la lectura; por un lado la vía fonológica o indirecta de correspondencia entre grafía y fonema (ante palabras desconocidas o pseudopalabras); y la ruta visual, directa o léxica unida a la experiencia lectora.

En el caso de la música, las unidades (notas) son símbolos tan abstractos, que aún uniéndose, sólo es posible acceder a ellos mediante la vía fonológica. Se produce una excepción cuando se ha interpretado en muchas ocasiones la partitura y se han memorizado las estructuras que la componen, en cuyo caso actuaría la ruta visual; aunque lo más usual es que se hayan memorizado los movimientos efectuados por nuestro sistema motor.

Volviendo al ámbito de la comprensión, si lo vemos desde la perspectiva de la escritura, reconocemos que trasladar lo que escuchamos o pensamos al papel es una tarea compleja, aunque posible para la mayoría, y esto se debe a la representación escrita que tenemos de la palabra en la mente y la asociación del significado al que la vinculamos. Pero como decía anteriormente, en el caso de la música, las unidades son tan abstractas que sólo el oído absoluto (es la habilidad de identificar una nota por su nombre sin la ayuda de una nota referencial, o ser capaz de producir exactamente una nota solicitada, por ejemplo cantando, sin ninguna referencia), permite tener una resolución óptima para la ejecución de un dictado de una obra con sólo dos voces. Además el dictado, por ser tan abstracto, tendría que seguir muy fielmente la teoría de Miller de “El número Mágico 7±2”, aspecto que no ocurre con un dictado en palabras donde puede ampliarse gracias al significado que poseen éstas y la asociación que se haga con ellas.

Más en particular, la música puede contribuir al entrenamiento de la memoria. Un ejemplo es el siguiente: Ebbinghaus fue el primer psicólogo que estudió el problema de la memoria. Construyó sílabas sin sentido formadas por consonante-vocal-consonante. Este material le permitió estudiar la memoria pura ya que el material no permite establecer relación con conocimientos previos. Ebbinghaus leía en voz alta una docena de sílabas sin sentido (al ritmo de un metrónomo) y luego trataba de recordar tantas sílabas como podía. Y volviendo a referirnos a la música me parece relevante el que este autor utilizase un metrónomo en sus experimentos. Quiere decir que bajo una pulsación constante se repetía el material formado por consonante-vocal-consonante. Hay una notable diferencia entre el habla normal y el habla prosódica o habla rítmica. Al haber un contraste significativo en la pronunciación, se produce un cambio en la atención, y el material se memoriza con mayor facilidad porque produce el mismo efecto que el memorizar con rima, la cual es propuesta en manuales de técnicas de estudio para retener la información. Por otra parte, la manera de articular semejante material también produciría el “Efecto Von Restoff”, pues se recordaría un habla poco común a la que estamos habituados. También decir que la prosodia o recitado rítmico favorece y desarrolla el sentido de la pulsación en escolares, los cuales memorizan frases de mayor extensión que si de una oración para un dictado se tratase.

El estudio más conocido y a la vez más criticado fue el que se denominó “El Efecto Mozart”, que muy resumidamente venía a decir que el escuchar las piezas de Mozart elevaba las capacidades de los estudiantes de la universidad. La investigadora Frances Rausher sostiene que los patrones neuronales de encendido, el lenguaje, son los mismos tanto para la apreciación musical como para el razonamiento abstracto.

 Que la música contribuya a la inteligencia como se ha mitificado es motivo de controversia. Personalmente, lo único que me puedo aproximar a decir es que al utilizar procesos psicológicos comunes, la música puede contribuir a reforzarlos para las tareas escolares.  En todo caso, la música empieza donde se acaba el lenguaje.

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