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Habilidades Sociales

¿CUÁNDO COMIENZA UNA CLASE?

¿CUÁNDO COMIENZA UNA CLASE?

Echando la vista atrás a la sesión del 17 de marzo, me hago consciente de la importancia de los contextos.

Desde la Teoría Sistémica se abandona la perspectiva individual para comprender el entorno, el contexto. Y hubo un hecho, un acontecimiento que se produjo en todos nosotros, y fue convivir, compartir espacio e interacción con un mismo referente durante casi 4 hora previas a que se produjese ese silencio que ahora intento interpretar.

Por efecto de la exposición, por ese contacto cercano con el profesor, se puede producir una especie de acomodación (no en sentido piagetiano). Supone coger más confianza en relación a un ambiente más distendido y más familiar que hace que se establezcan intervalos más cortos de relación. Creo que, en el fondo, ésta es una conducta muy precoz y puede verse en la infancia desde los primeros años. Por ejemplo, cuando un niño no ve con frecuencia a alguien se produce un distanciamiento hasta que interacciona con esa persona por haber transcurrido un tiempo de contacto, de exposición. Posiblemente, transcurridos unos días sin la relación con esa persona, el niño vuelva al estado inicial de falta de apego hasta que se reanuda esa confianza. (No tan extremista como en los estudios de apego de Ainsworth y la Situación del Extraño).

Obviamente nosotros somos adultos y tenemos bastantes más experiencias a nivel social, pero bajo mi punto de vista no es tan diferente. El contexto y la situación cambia en lo que respecta a la complejidad de variables que ahora se ponen en juego (en su mayoría inconscientes, o  más bien preconscientes. Necesitamos un momento para tratar de hacer una inferencia de lo que ocurre para hacer una hipótesis como la que planteo), pero la posible explicación puede basarse en lo mismo, es decir, nuevamente, por el efecto del tiempo compartido se produce ese apego, esa confianza que tal vez hizo que nos relajáramos más de lo que correspondía en otras clases no influidas por el hecho de haber transcurrido 4 horas con el mismo referente, porque ante un nuevo día, y así se ha visto, volvemos al punto de partida, al comienzo de las clases como hasta ahora se estaban produciendo; como el niño que vuelve a entablar una relación distante con esa persona con la que no mantiene un contacto periódico.

En nuestro caso, la variable que incide en volver a esa rutina, no es una pérdida de confianza, es precisamente el estatus que se produce a partir del rol de mentor. Ese estatus no está marcado por la conducta distante de nuestro profesor. Es su función, su labor la que marca el contexto, es decir, el rol en si mismo es el “marcador de contexto” al que se refiere BATESON.

El efecto halo, la confianza asumida durante las 4 horas precedentes y el sesgo cognitivo producido por esa cercanía no nos permitió distinguir contextos, diferenciar asignaturas y mucho menos pensar en la precariedad del tiempo que transcurría. Tal vez por ello, las personas que se incorporaban de otros contextos, otros profesores, hicieron el amago de apagar cigarros. Sin embargo, quienes permanecieron en el mismo aula (llamémosle grupo experimental), tomaron la confianza y sucumbieron al análisis racional de contextos. Incluso los que permanecieron en la propia clase, charlaron sin diferenciar asignaturas a pesar de la presencia del profesor, a pesar de su paciente espera, a pesar de valorar que el tiempo es precario y vuela.

Todos, quienes salieron a fumar, quienes se quedaron en sus asientos, quienes incluso salieron de la universidad, nos vimos arrastrados por el mismo efecto sin habernos puesto de acuerdo. Es como comenzar a aplaudir, cada uno a su ritmo, su intensidad y, tras un periodo no muy extenso, coincidir en la misma pulsación.

Sólo decir que nuestra pulsación es aprovechar al máximo lo que se nos brinda, aprender del experto y de quien nos regala su conocimiento. Y valorar a quien, tras haber modificado sus expectativas, supo hacer del contexto una oportunidad de aprendizaje y relacionarla nuevamente con la habilidad que estamos trabajando.

STATU QUO: DOS PARTES INTERESADAS EN BUSCA DE CIERTO EQUILIBRIO

STATU QUO: DOS PARTES INTERESADAS EN BUSCA DE CIERTO EQUILIBRIO

Nunca entendí por qué Peter Parker (Spiderman), pese a su rol de superhéroe, en su vida cotidiana no triunfaba en ninguno de los contextos en lo que se desenvolvía. Aunque se trate de un personaje de ficción, siempre me ha parecido el  menos convincente en lo que se refiere a status.

Considero que cuando una persona posee alguna capacidad que le permite obtener cierto nivel de éxito en aspectos valorados socialmente, repercute en otros ámbitos de su personalidad y en su relación con el medio. Hay que matizar que el status es variable en función de con quién estemos y la evaluación que hagamos de nuestro propio status así como de con quien interactuemos. Procesamos muchísima información de los demás y se realiza de manera inconsciente, salvo que la situación requiera estar ojo avizor porque estemos arriesgando algo, por ejemplo en una entrevista para un puesto de trabajo. La PNL ha aportado mucho en este sentido y el lenguaje no verbal permite que acomodemos nuestras conductas para adaptarnos al medio social, y este aprendizaje se realiza desde los primeros meses de vida.

El status es algo tan natural que, prácticamente, no podemos verbalizarlo porque lo hacemos de manera automática. Por ejemplo, un niño mide sus fuerzas con sus progenitores para saber dónde están los límites. Acoplan su conducta en función de si están con su padre o con su madre ya que no suelen actuar de la misma manera en los diversos contextos, y por tanto no desempeñan el mismo status. Puede deberse al papel más protector de la madre, quien se encarga de las necesidades más básicas de su hijo; y al papel lúdico del padre, que adquiere por resultado de lo que ya realiza y asume la mujer.

Y si nos remitimos al género, ni que decir tiene que históricamente el hombre ha desempeñado un status superior al de la mujer. En el ámbito de la construcción del conocimiento se parte de la perspectiva masculina, pero generalizando los resultados a toda la población. Todas las áreas de conocimiento nos han sido transmitidas desde una perspectiva androcéntrica, así en Psicología, las teorías del desarrollo evolutivo tienen un sesgo cuando se priman las experiencias de los varones y éstas son generalizadas para el resto, sin tener en cuenta las pautas de crianza diferenciadas y el contexto en el que se desarrollan. En la Historia, la Medicina, la Teoría de la Ciencia ocurre lo mismo. Las aportaciones de las mujeres en estos campos se han ocultado a lo largo de la historia, creando la opinión de que la cultura y el conocimiento son de los varones. Luego se les concede un status superior.

En 1968 Matina Horner puso de manifiesto las diferencias de género respecto a la motivación para el éxito. Para estudiar este fenómeno, Horner preparó un test proyectivo donde pidió a jóvenes universitarios de ambos sexos que completasen una historia que comenzaba así: «Después de los exámenes del primer trimestre Ana (o Juan) era la/el primera/o de su clase...». Las historias de los varones reflejaban satisfacción por la situación, mientras que en las respuestas de las mujeres aparecían ideas negativas sobre el futuro (miedo al rechazo social, temor a perder su feminidad, negación de la realidad).

El miedo al éxito también ha sido detectado en mujeres con altas capacidades y estaría relacionado con la escasa presencia de niñas y jóvenes en programas de enriquecimiento y aceleración, premisa que ya se manifestó en la ponencia sobre altas capacidades donde Laure nos contó que las niñas pasan más desapercibidas.

Volviendo a la asimilación de status del que partíamos al principio de esta reflexión, aunque anteriormente he sostenido que lo regulamos según el contexto y las atribuciones que hagamos de los demás, también hay que añadir que dentro de los muchos status que desempeñamos hay alguno que predomina y que suele influir en nuestras relaciones sociales. Por ejemplo, en el ámbito académico hay personas que proceden de un entorno familiar que ha favorecido el éxito en este contexto y, la seguridad que han adquirido les conduce a mostrar explícitamente una motivación de logro. Muy al contrario, quien procede de un entorno menos favorecedor a nivel cultural pero que haya alcanzado las mismas metas puede mostrar mayor inseguridad porque el recorrido que ha tenido que realizar ha sido mucho más árido, aunque más satisfactorio. Por tanto, aunque el status sea muy amoldable al medio, tenemos ciertos clichés que han sido adquiridos por la devolución de información que recogemos de nuestras interacciones con los demás.

Y esos estereotipos, ese alto status perdido en alguna batalla social, ¿puede ser modificado? El contexto es tan variable que posiblemente pudiésemos tener oportunidades de cantar un órdago a quien en un principio se anticipó imponiendo su superioridad en la relación, pero precisamente por lo impredecible del contexto, nuestro círculo de influencia se estrecha dejándonos poca maniobra de actuación y volviendo a estar desarmado. Lo más catastrófico sería tirar la toalla ante ese ritual y terminar asumiendo un hándicap de sumisión e inferioridad cuando realmente el ser humano tiene la motivación innata de verse y sentirse aceptado y valorado socialmente.

Es muy afamada la frase “la primera impresión es la que cuenta” y es tan importante que no existe una segunda para remediarla. Esto se evidencia en procesos de selección como unas oposiciones o a la hora de realizar una ponencia ante un auditorio, por ejemplo. Todo se decide en los instantes iniciales lo cual explica los varapalos con los que nos encontramos en la vida, y esos golpes de vista resultan difíciles de cambiar. La primera impresión que nos causa alguien parece pesar más que las escondidas virtudes que posea.

Me ha gustado del texto, a parte del sentido del humor del que nos hace partícipes, la recreación de algunas interacciones, a veces estereotipadas porque creemos que están más aceptadas socialmente, que nos pueden conducir a un éxito rotundo o a un fracaso irreparable. Por ejemplo, cuando alguien nos dedica un cumplido y nosotros actuamos con falsa modestia, ¿en qué status nos sitúa?

Responder afirmativamente denota seguridad y sinceridad cuando realmente es verdadero dicho cumplido, pero, como indica el autor “nos agrada que las personas estén en un status muy bajo”, luego ante el temor de producir desagrado al bajar el status del interlocutor, tendemos a bajar el nuestro buscando argumentos que corroboren que nuestra actuación no ha sido para tanto y que no estamos ante un pedestal que nos aísle de la compañía de los otros.

Hay quienes actúan de chivo expiatorio y se infravaloran tanto que lo demás no llegan a darle la mano y le abandonan a su suerte, lo que hace asumir a esas personas que no son merecedoras de los demás, que resultan poco interesantes y que no merece la pena conocerlas. Nuestro amigo en algunas de estas reflexiones, el Efecto Pigmalión, tiene gran incidencia en lo que a asunción de status se refiere.

También existe el extremo opuesto con el que se obtiene el mismo resultado, es decir, quien manifiesta un status alto como mecanismo de defensa, como coraza para evitar se penetrado por el rechazo de los demás cuando es precisamente esa coraza, ese lenguaje no verbal violento, lo que actúa de muro ante la relación con los otros.

Manejar el status es difícil por lo automatizado que es este proceso en nuestro contacto con la sociedad. El punto de partida tal vez sea aceptarse a sí mismo, tener sentido del humor y asumir que no podemos agradar a todo el mundo. Que no podemos renunciar a nuestra integridad en pro de la superioridad de los otros para vernos aceptados. Esto último, el valorarnos, nos situaría en un cuarto orden de conciencia que nos liberaría de las ataduras que a veces nos impone la sociedad, que asumimos inconscientemente, y que erosionan nuestra autoestima en las facetas en las que nos desarrollamos.

Hemos de saber anticiparnos a encontrar lo cómico que haya en nosotros. Así podremos evitar que otros se burlen de las virtudes que no poseemos.

EL VIOLINISTA ANSIOSO Y LA FLAUTISTA SOLISTA

EL VIOLINISTA ANSIOSO Y LA FLAUTISTA SOLISTA

Esa noche no pudo conciliar el sueño. Después de meses de duro trabajo, por fin llegaba su gran debut. Los últimos meses los pasó ensayando una y otra vez con la pianista acompañante que le brindaría base armónica en la audición. Con su profesor había trabajado la técnica, y en casa se centró en los pasajes que tanta dificultad entrañaban y que había repetido una y mil veces. Estaba convencida de que se los sabía, pero tenía la inseguridad de poder fallar en el momento álgido de su audición. Esto se debía a que en ocasiones seguía cometiendo los mismos errores a pesar del esfuerzo.

Entre tanto, había sacrificado muchos aspectos de su vida. Los fines de semana los dedicaba enteramente a estudiar y, por lo tanto, había dejado de lado sus relaciones personales. Por otro lado, sus amigos no comprendían el contexto que la rodeaba. Su desconocimiento les llevaba a subestimar su gran pasión, pues su sueño era ser concertista. Además, la inmensa mayoría tenía la convicción de que sabiendo tocar un instrumento era pertinente saber interpretar cualquier pieza. Ella se indignaba ante tal desconocimiento, pues para ella era su vida, sus sueños, sus anhelos y había renunciado a muchas cosas por ver cumplido su objetivo. Tanto sacrificio, ¿había merecido la pena?

En esos momentos multitud de imágenes afloraban a su mente. Se la jugaba a todo o nada. La perseguía la negatividad y el derrotismo cuando pensaba en todo lo que había abandonado, descuidado, esfumado como se esfuma la vida y que no había llegado a disfrutar como lo hace el resto del mundo.

Cerró los ojos y se dijo a sí misma:

-          Alto. No vas por buen camino. Esta vida la elegiste voluntariamente y asumiste sus riesgos. Disfruta, es tu momento. Entrégate al máximo y dedícatelo a ti misma.

Pero rápidamente esos pensamientos se disipaban y sopesaba con realismo que la música es tiempo irrecuperable. Cuando nos sometemos a un examen podemos rectificar, deshacer para mejorar en el transcurso del mismo. Pero en un concierto no sucedía así. Una vez comienza la función hay que seguir adelante pase lo que pase, y llegar a la cadencia final que concluye con un aplauso y con un volver a poner los pies en la tierra. Volver a tomar el timón de su propia existencia, porque en esos momentos como músico, los dedos, la velocidad, la respiración tomaban el mando de la nave en la que se había embarcado.

Llegó el día y con él el esperado momento. Se contemplaba frente al espejo con su traje impecable. Había limpiado su preciado instrumento y repasaba mentalmente la obra. Sólo quedaba saltear los obstáculos de esa maraña de notas que se encontraban entre los compases veinticuatro al treinta y cinco. Por  otra parte, en la cadencia se encontraría sola. En ese momento la pianista desaparecía del plano sonoro para que la flauta se luciese tal cuales fueron los deseos de su compositor.

Sonó el último aviso del que disponía el auditorio para que todos los asistentes se acomodasen en sus butacas. Las luces se fueron apagando sutilmente y el silencio se hizo en la sala. Desde el lateral del escenario, bajo el último aliento de luz que confirmaba la existencia de público, pudo ver a sus padres, que vibraban con orgullo mientras les recorría el mismo temor que a ella. Nadie más sabía lo mucho que había trabajado. Tardes de sacrificio desde que era una niña supusieron a la pareja un trasiego de ir y venir al conservatorio.  Eran muy conscientes de su evolución desde que pegó el primer soplido siendo una niña, alentándola pese a lo insufrible que era el soportar los pitidos y chirridos que amenizaban esas tardes de ocio mientras conseguían descifrar el mensaje inaudible de la película con la que se daban un respiro.

Desde el lateral del escenario respiró profundamente y salió al lugar donde todos dirigían sus miradas. Del otro lado salió la pianista que se acomodaba en la silla dejando espacio para que el protagonismo se centrara en la solista.

Ya no escuchaba los aplausos. Sólo sentía la música y los terroríficos pasajes que la atormentaban. Se colocó el instrumento, miró a su compañera y marcó la entrada con la cabeza. A partir de ahí no había vuelta atrás.

La pieza iba sonando pero era irreconocible. Se había acostumbrado a un timbre, una sonoridad que distaba mucho de lo que allí se estaba ofreciendo. Unos compases de espera la prepararon para el compás veinticuatro. Tomó aire y recordó una frase que la entusiasmaba.

“La música, incluso en las situaciones más terribles no ha de ofender el oído, sino cautivarlo y seguir siendo música”.

Sin darse cuenta había superado esos once compases y a partir de ahí lograría volver a un estado de cierta calma. No salieron como esperaba pero poco a poco fue haciéndose consciente de que el calor volvía a sus manos, que se habían quedado frías y rígidas cual estatua de hielo. Su respiración era más pausada, y volvía a ser dueña de su propio cuerpo. Empezaba a disfrutar. Ya no temía la cadencia. La superaría sobradamente. Era feliz porque pudo sobreponerse.

Tras este ejemplo, como bien lo evidenciaba la lectura de R. Frisch, J. H. Weaklaud y L. Segal (1984), vemos como la ansiedad es un estado muy extendido en la población y no exclusivo de la conducta desadaptada. Surge a partir de un sentimiento de peligro que conduce a angustia, activando el sistema nervioso y originando reacciones como las anteriormente descritas. Es un acontecimiento desagradable pero tiene un lado útil pues señala el peligro o el miedo al error como en este caso. Un estado de relax absoluto nos puede conducir a una despreocupación de lo relevante y a una escasez de compromiso frente a la tarea o a un efectivo desempeño. Pero bien sabemos que los extremos nunca fueron buenos. En el lado opuesto, la ansiedad es desorganizadora, conduciendo a la confusión y la inefectividad. Esta tensión puede entrañar una sucesión de fracasos y frustraciones que aumentan de modo espiral, conduciendo a más ansiedad e irritabilidad, y en ocasiones a la depresión.

Me resulta muy significativo, y bien lo hemos experimentado en clase, cómo un fenómeno negativo (una exposición, hablar en público, una entrevista, una presentación, oposición… y tantos casos como alumnos estamos en clase) puede anular una serie de acontecimientos positivos. ¿Por qué nos quedamos con el lado amargo de lo que nos sucede? ¿Por qué no buscamos anclajes que nos permitan agradecer que estamos en este mundo? Parece que seguimos a pies juntillas un proverbio chino que dice “que lo único seguro en la vida es el sufrimiento de modo que si viene la felicidad son momentos que duran un escaso intervalo de tiempo”.

Recuerdo la ponencia de Laure en la que se abordaban las altas capacidades y el concepto de resiliencia. Esta capacidad, la resiliencia, parece que está hibernando ante nuestro devenir diario y pocos son los privilegiados que se sostienen en la misma para sobreponerse e incluso resultar fortalecidos. Tal vez sean sujetos con otro orden de conciencia que analizan escrupulosamente los contextos sin hacer de cada uno de estos condicionantes perpetuos de nuestra existencia. Que no generalizan y que cada acontecimiento lo guardan en un apartado, en un cajón concreto de su experiencia para tenerlo en cuenta; del que se desprenda un aprendizaje; pero que no describa nuestra biografía de manera definitiva e irreversible.

Creo que la seguridad en este sentido es una herramienta clave. Ésta se obtiene en muchos casos a través del aprendizaje y la experiencia, de lo conocido y lo repetido (como repiten los músicos hasta que pueden ejecutar un fragmento), pero añado que es posible ante un contexto concreto (nuevamente aparece su importancia y su relevancia como compañero de viaje en esta asignatura). Cuando ese contexto es modificado, aunque sea sutilmente, nos ofrece un contexto nuevo, irreconocible y susceptible de enriquecernos con él como vivencia.

A modo de paralelismo, sería equivalente a trabajar desde tres colores (los primarios, por ejemplo), pero que los avatares de la vida hiciesen que estos se mezclasen y diesen lugar a colores nuevos. Tan solo una gota de un color sobre otro daría lugar a una nueva tonalidad con la que desafiarnos en los retos que nos plantea la vida. Como cuando analizamos que los tres tipos de motivaciones, que también pintan el contexto,  se dan en paralelo aunque alguna predomine sobre otras.

Revivir nuestra experiencia, como hemos realizado en clase, nos ayuda a redefinirlas, a colocarlas en compartimentos a los que recurrir en el futuro, pero sin dejar que ericen las velas de nuestro fascinante e imprevisible viaje. Como dijo en su día Shakespeare “El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”. Gracias, Alejandro, por este texto.

 

LA HABILIDAD A PARTIR DE LA REPETICIÓN

LA HABILIDAD A PARTIR DE LA REPETICIÓN

El pasado viernes fuimos invitados por Alejandro a una sesión en la que íbamos a practicar Kárate a nivel muy elemental.

Cuando se nos comunicó tal actividad me pregunté; ¿qué tendría que ver con las habilidades sociales?

Rápidamente pensé que iríamos a hacer ejercicio de contacto físico que nos ayudaría a conjugar el cuerpo y el pensamiento. Que a través de la interacción crearíamos vínculos entre nosotros, porque estamos acostumbrados a una forma de relación muy formal que es el aula aunque la rutina no es precisamente nuestra compañera en la asignatura. Que se podría analizar el lenguaje corporal y la comunicación a través de esta disciplina y que siendo conscientes de esto, de nuestra corporalidad, nos ayudaría a ir en sintonía con lo que queremos mostrar o la información que queremos dar.

Pero a parte de todo esto me quedé con un aspecto muy simple pero fundamental en todo lo que nos rodea.

Desde pequeños nos enseñan hábitos y rutinas desde las necesidades básicas que nos ayudarán a sobrevivir en el medio. Nuestros aprendizajes van adquiriendo mayor complejidad y la repetición se constata como una estrategia con la que adquirir nuevas competencias. Y aunque en la escuela se ha desterrado la memorización como una metodología tediosa y poco atractiva, no en su totalidad podemos descartarla a la hora de adquirir nuevos conocimientos. Cuando aprendemos conducir, es con la práctica y la repetición como vamos tomando mayor seguridad en el manejo de un vehículo, y ni qué decir tiene si pensamos en nuestros primeros pinitos gastronómicos, comprobando que a medida que repetimos una receta mejor sabemos ejecutarla. Al practicar un deporte, al interpretar un instrumento…

Yendo al ámbito de la psicopedagogía, conocemos técnicas con las que entrenarnos en la obtención de determinadas habilidades cuando éstas no forman parte de nuestro repertorio. Así con el counseling, por ejemplo, nos entrenamos sobre hipotéticos contextos para desarrollar una forma de resolver situaciones en las que no nos sentimos seguros, bien por falta de oportunidad o por una carencia inherente al sujeto.

La repetición nos hace adquirir seguridad en nosotros mismos en relación con la tarea, por poner en juego cierta habilidad que con entrenamiento hemos asimilado. El kárate, como pudimos ver, es un área que ya en su procedencia (Japón) concede mucha importancia a la disciplina, a la fuerza de voluntad y la concentración. Conocemos el estereotipo japonés de meticulosidad, escrupulosidad y planificación de todo cuanto acontece en lo cotidiano. La improvisación se deshecha como alternativa con la que resolver cualquier situación y personalmente, aunque los ejercicios eran muy sencillos, (muy afortunadamente), vimos cómo con la repetición nuestros movimientos eran más precisos en unos casos (los que se centraban en la tarea) o salíamos con mayor seguridad en otros (quienes tal vez estábamos más preocupados de no hacerlo demasiado mal).

Por tanto, la repetición nos conduce a la adquisición de la habilidad.

Ahora bien, en el ámbito de la asignatura que nos compete, dado que el contexto social dista mucho de ser repetitivo, conocido, predecible o mecánico; nos pone en tesitura de que la habilidad social es una ardua tarea difícil de dominar en su totalidad. Yo diría que no lo conseguimos ni al 50% por todo lo que nos rodea en la vida y por los múltiples cambios a los que estamos sujetos a pesar de haber sido entrenados, al menos teóricamente, en la incertidumbre en la que nos movemos. Podemos estar preparados, al menos, haber asumido el concepto de “cambio”, pero nuestra conducta no siempre ha acomodado las respuestas que nos hiciesen parecer hábiles socialmente, (que lo de serlo es relativo).

Es contradictorio cómo siendo seres sociales, constituyendo cada uno de nosotros esa sociedad, no tengamos esas destrezas en nuestro repertorio que nos permitiese movernos como pez en el agua en nuestro propio terreno. El ser humano es muy complejo para el ser humano y ahora, después de experimentarlo y ver el paralelismo con la sesión de kárate, tengo la sensación de ser, aún más si cabe,  desconocedora de lo que son las habilidades sociales.

 Lo que sí tengo es un mayor control de incertidumbre para ir asumiendo que tales habilidades están lejos de ser adquiridas por la humanidad. Al menos en su totalidad, porque el cambio las hace difícilmente “entrenables”.

 

 

LA INUTILIDAD DE ETIQUETAR

LA INUTILIDAD DE ETIQUETAR

El otro día disfruté mucho con la actividad que se preparó en la facultad con presos que iban a incorporarse a la sociedad. Fueron alumnos de 4º de Psicopedagogía quienes dirigieron las diferentes dinámicas que se realizaron, y la verdad, lo llevaron muy bien. A mí me sorprendieron muy gratamente y aprendí mucho de ese día.

Pero lo más significativo de la experiencia fue una actividad en la que se trabajaba el status y las habilidades sociales, así como la forma de afrontar una entrevista de trabajo. Se realizó un role-playing en el que Alejandro actuaba como entrevistador y, dos de entre todo el grupo, salieron voluntarios para hacer de entrevistados. Los papeles eran repartidos desde la premisa status alto y status bajo, dando lugar a combinaciones tales como:

-          Entrevistador (status alto) y entrevistado (status bajo).

-          Entrevistador (status alto) y entrevistado (status bajo).

-          Entrevistador (status bajo) y entrevistado (status alto).

Si lo recuerdo bien, esas fueron las que se trabajaron principalmente, y la última generó un debate muy interesante cuando terminó la representación.

Resulta que quien representó el papel de entrevistado, después de que la entrevista se desarrollara en un plano de igualdad, respeto y cortesía por parte de ambos, éste concluyó hablando de las circunstancias familiares y la precariedad de su contexto, por lo que resaltaba la importancia de obtener dicho trabajo. Cuando le preguntaron cómo se sintió tras realizarlo dijo que mal. Que tenía la sensación de haberse bajado de status y no sé si llegó a decir la palabra “humillación” (queriendo decir que parecía haber dado lástima o haberse hecho muy pequeño por describir sus circunstancias personales).

Hubo opiniones de todo tipo. Había partidarios de que aportar una explicación de tal tipo no era humillación, que lo importante es la obtención del trabajo y que, por tanto, había conseguido el objetivo de la actividad.

Yo, personalmente, estoy de acuerdo con él. No es exactamente humillación, creo que es muy melodramático el término, pero sí considero que se desnudó mucho ante un contexto, que no olvidemos que se trata de una entrevista entre desconocidos que posteriormente podrían trabajar en la misma empresa. Puesto que la situación requiere dar información objetiva (currículum, interés por el puesto de trabajo, toma de contacto con el candidato), el aportar unos datos tan personales, hace que se pueda generar una impresión más rápida y más cerrada sobre la personalidad de este futuro trabajador. Es lo que conocemos por estereotipos, que son muy difíciles de modificar porque somos bastante cómodos para hacer esfuerzos cognitivos y cambiar impresiones.

Distinto hubiese sido si el entrevistador también hubiese hablado de sus circunstancias personales, empatizando con el entrevistado en un plano de igualdad sobre un momento de crisis como el que vivimos. Pero lo cierto es que transcurrió de una forma bastante realista, porque el entrevistador ha de ser objetivo y mantener una distancia para no generar impresiones anticipadamente. La cuestión es que, sin haberse formulado ninguna pregunta al respecto, el solicitante se presentó muy explícitamente generando, por tanto, una opinión subjetiva de su conducta ante tal entrevista. Y es que el poner etiquetas (acertadas o no) impiden la libertad de una conducta más espontánea, por lo que se pierde la autodirección de nuestro comportamiento. Se acota el círculo de influencia que todos tenemos derecho a autogestionar en los distintos contextos sociales en los que nos movemos.

Y a tal respecto, tengo una opinión muy cerrada por una experiencia que tuve con una alumna. Su contexto era que había repetido en 2º de Educación Primaria, que aún tratándose de responder a un criterio muy acertado, “cuanto antes mejor”, no deja de romper con su grupo de pertenencia donde durante  cinco años, desde Educación Infantil, se había iniciado en las relaciones sociales.

De tal forma que, cuando un alumno/a repite, es atribuir una fracaso, una falta de capacidad, aunque la intención del profesorado es todo lo contrario (que no se acumulen dificultades que pueda arrastrar toda su vida académica y que con un curso más, se superen o mejoren lo más posible dichas dificultades). Esta alumna se incorporó a un grupo bastante homogéneo y con un buen rendimiento académico. Podría ser una motivación para ella, y desde un punto de vista de aprendizaje colaborativo, podría enriquecerse bastante con las aportaciones de su grupo de iguales.

Pero pasó todo lo contrario. Empezó a ser excluida por ser diferente (más mayor, había repetido, no era del grupo), y es que cuando creamos una identidad de grupo cerramos mucho más la posibilidad de relación de quienes no pertenecen al mismo. (Recordemos la teoría del endogrupo y exogrupo de psicología social).

Esta niña, absorbió la información que le fue devuelta. La integró haciendo añicos su autoestima y su motivación. Como consecuencia empezó a llamar la atención. Pero las circunstancias se complican, porque de forma muy desacertada en cierta ocasión fue descubierta sustrayendo algo de los demás. Así la etiqueta negativa se reafirmaba tanto para ella como para los demás.

Ya en 3º abandonó las tareas escolares. Su familia, muy implicados por cierto, se vio arrastrada dentro de ese hándicap, y en las reuniones de padres no se dirigían a ellos para nada. Se relacionaba la conducta de la niña a la educación que brindaban los padres. Pero es que realmente, ese comportamiento fue forjado dentro de la propia institución escolar y desde aquí, se nos fue de las manos.

Cuando asumí la tutoría en 5º de Educación Primaria, esta alumna había tirado la toalla completamente, por lo que había que reconstruir su imagen dentro del grupo. Tras sucesivas reuniones con los padres, establecimos unas pautas para generarle motivación, que se sucediesen frecuentes éxitos y que fuesen reforzados positivamente ante los demás. Una victoria se brindaba ante una imagen tan destruida para una niña tan pequeña. No es justo que la vida sea tan dura cuando no se tiene la madurez de asimilar los golpes que tenemos que afrontar, los retos que se nos van a presentar y las batallas (sobre todo si transcurren en circunstancias de desigualdad) en las que tendremos que pelear.

Fue un año en el que amplió sus relaciones con el grupo y se integró pese a su baja autoestima que era un obstáculo, pues aludiendo al status del que hablábamos antes, los demás estaban en superioridad.

Cuando llegó a 6º, comenzó el curso completamente cambiada. Había pasado dos meses haciendo y deshaciendo a sus anchas y revelándose a sus padres (llegando tarde, relacionándose con amistades de más edad a la suya y participando en correrías que le hicieron asumir otra nueva identidad). Y digo bien lo de identidad, porque posteriormente, cuando sus padres le pusieron límites y estuvieron indagando, se había puesto otro nombre y decía tener más años de los que tenía. (No doy por sentado que la identidad se limite a un nombre y una edad, pero esto tenía unas repercusiones por sus nuevas relaciones sociales con el grupo de iguales).

Pese a mi esfuerzo, al de sus padres y las oportunidades que se le volvieron a ofrecer, conseguíamos poco. La mentira se convirtió en su modo de supervivencia, así que para que no se descolgase académicamente, la agenda se convirtió en un pasaporte de control policial entre la familia y la escuela si queríamos los mismos propósitos. Y aún así, se las ingeniaba para tratar de “colarnos” algún “gol” que otro, aunque la terminábamos descubriendo. Y pongo un ejemplo:

Aproximadamente cada dos semanas veíamos una unidad, tras la cual se hacía una evaluación. Suspendió varias de estas evaluaciones y en casa no dijo nada, no me traía los exámenes firmados y tras una oportunidad, (quería darle un margen de confianza para no volver a generarle una imagen negativa de sí misma), me entrevisté con su familia, la cual se sorprendió porque la niña les dijo en casa que, estando en 6º y para prepararles para el instituto, haríamos un examen al final de cada trimestre. Menos mal que nos reunimos rápidamente, y la familia respondió en cuanto fue llamada. Hay otros casos en los que la familia no se comunica con la escuela y la descoordinación nos lleva a un “posible fracaso escolar” del que somos todos responsables.

Entre mentiras, conflictos con los compañeros, mecheros que fueron encontrados entre sus pertenencias y una irregular y discontinua actitud ante los contenidos, fue pasando el curso hasta el momento de empezar a hablar del instituto. Era entonces el 2º Trimestre cuando sus padres pidieron mi opinión.

En principio iría al mismo IES que sus compañeros, porque le correspondía por distrito y porque era allí donde irían los demás, aquellos que la juzgaron y excluyeron en 2º de Primaria.

Pese a mis esfuerzos, de verdad que lo peleé con todas mis ganas, poco conseguí el último año. Su hándicap se había aferrado de tal forma que difícilmente podía ser arrancado incluso de ella misma, quien había pasado a ser su máxima enemiga. Por ello propuse a sus padres ir a un nuevo instituto, para partir de cero (parece que lo repito mucho últimamente), para crear nuevas relaciones sociales; pero trabajando su autoestima, porque su imagen estaba bastante destruida y podría repetir patrones. Podría mostrar demasiada información de golpe y volver a generar estereotipos de forma precipitada; como ocurría con la entrevista de trabajo con la que iniciaba esta reflexión. Como ocurre con demasiada asiduidad.

Parece que los juicios y la evaluación limitan nuestro desempeño. Nos niegan la libertad de actuar (sobre todo cuando no hemos alcanzado una madurez o unos principios sólidos que nos sujeten a las sacudidas que la vida nos brinda, de las cuales podemos salir fortalecidos o destruidos).

Deberíamos comenzar cada día como si naciésemos de nuevo, sin condicionamientos, sin influencias negativas que nos marquen el camino en un único sentido.

Todas las batallas en la vida sirven para enseñarnos algo, inclusive aquellas que perdemos. Pero hay a quienes se les niega, ni tan siquiera, ganar una batalla.

 

 

HABLAR EN PÚBLICO

HABLAR EN PÚBLICO

Después de la dinámica de ayer, 10 de febrero, y explicitar los factores que influyen en cómo nos enfrentamos a esa situación, es cierto que nos centramos en el producto y no en el proceso. Solemos quedarnos con las percepciones inmediatas de esa experiencia que tanto nos aterra a unos o que genera respeto a otros. Decimos: “he hablado muy rápido, no he mostrado seguridad, le gente no escuchaba, es una situación de evaluación que condiciona la capacidad resolutiva de las misma, el espacio, el contexto…”, y en ese sentido nos falta objetividad como base de la que partir en situaciones similares.

También decíamos que aunque es una actividad relativamente frecuente en muchas de las asignaturas y que la experiencia es un grado, algunos tenemos la sensación de partir siempre de cero y volver a pasar por ese estado de tensión que no permite aprovechar esa actividad como formación. Creo que las diferencias entre una buena ejecución o no radica en abordarlo como proceso o como producto.

No sé si estoy en lo cierto y lo entendí bien. Si lo entendemos como proceso se pone en juego la capacidad de autorregulación del ponente. Planificar qué aspectos contribuyen a desarrollar más seguridad y ponerlos en práctica. Sería similar a concentrar nuestra atención en nuestro círculo de influencia, los aspectos sobre los que tenemos control. Por ejemplo, en lo que respecta al contenido (preparación del tema, documentación, anclajes, ampliación del tema para tener más fundamentación teórica a la que recurrir…). Trabajo en grupo (coordinación entre los componentes, reparto equitativo de las tareas, afinidad entre los componentes, antigüedad del grupo). Aspectos intrínsecos a la persona (respiración, tono de voz, movimiento de las manos, modulación de la voz y seguridad). El problema se produce cuando esta última, la seguridad, queda condicionada por experiencias previas, negativas o no, pero que impiden seguir caminando y aprendiendo de la práctica. Y he conocido casos en esta facultad, compañeras mías, a las cuales la situación de exponer en público les ha generado tanta ansiedad que han llegado a abandonar la carrera, lo cual es conceder una importancia casi traumática a una de las dinámicas de psicopedagogía, y cada vez de más estudios.

Si pensamos en la historia de la educación realmente la construcción del conocimiento se hacía de forma holística y los alumnos filosofaban sobre determinado conocimiento para llegar a la verdad de éste.

Además, también mencionábamos el hecho de que en el colegio, principalmente en la etapa de infantil, la asamblea constituye una parte importante de la metodología propia de ese ciclo, luego deberíamos estar algo más acostumbrados, claro que también es cierto que a medida que avanzamos por nuestro sistema educativo se va concediendo más importancia al libro de texto y menos a la participación activa del alumno, pero eso es otra cuestión que daría mucho que hablar y ahora no es el caso.

Parece que vivimos en un continuo de evaluación, y no me refiero a lo académico sino a lo social. No queremos salirnos de la distribución normal y menos por defecto que por exceso. Qué piensan los demás, qué inferencias o atribuciones causales forjarán sobre nosotros mismos tiene demasiado peso en un desempeño libre de condicionantes en nuestro modo de operar. La personalidad depende tanto de nuestra conducta como de lo que percibimos en los demás sobre la interpretación que ellos hacen de la misma. El efecto Pigmalión, la profecía autocumplida, me hace preguntarme: ¿qué fue primero el huevo o la gallina en nuestro desempeño en un contexto de evaluación? Porque parece que a largo plazo la evaluación, el producto, se convierte en el fin y no en el medio. Nos comparamos con los demás, acomodamos nuestra forma de actuación a las expectativas y nos limita a actuar según pensamos, libres de influencias externas.

También he de decir que focalizamos nuestra atención en lo negativo o a situaciones de las que no tenemos control, luego es una pérdida de energía o de pragmatismo en el desarrollo de esa habilidad. Tenemos que hacer conscientes nuestros puntos fuertes y débiles, el realismo es el pilar sobre el que empezar a controlar y a dominar lo que parece ser una actividad ajena a nosotros mismos, con la que no nos sentimos identificados pero que supone un aprendizaje de utilidad, un reto, una superación, un crecimiento permanente.

Poner gran parte de nuestra energía en aspectos que no van a facilitar ni lo más mínimo el hecho de hablar en público como puede ser (que van a pensar los demás si me equivoco, me están juzgando, evaluando, comparando…) es quedarnos en un nivel de conciencia menor al que podríamos alcanzar desprendiéndonos de esa negatividad o de ese enjuiciamiento constante. Kegan me aportó mucho en este sentido, falta llevarlo a la práctica. La confianza en nosotros mismos y la autogestión es susceptible de trabajarse a lo largo de este cuatrimestre. Será productiva la asignatura en este sentido si conseguimos establecer nuestro papel activo en ese proceso.

Si somos tan dados a juzgar a los demás, es debido a que temblamos por nosotros mismos”. Oscar Wilde (1854-1900)