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LA INUTILIDAD DE ETIQUETAR

LA INUTILIDAD DE ETIQUETAR

El otro día disfruté mucho con la actividad que se preparó en la facultad con presos que iban a incorporarse a la sociedad. Fueron alumnos de 4º de Psicopedagogía quienes dirigieron las diferentes dinámicas que se realizaron, y la verdad, lo llevaron muy bien. A mí me sorprendieron muy gratamente y aprendí mucho de ese día.

Pero lo más significativo de la experiencia fue una actividad en la que se trabajaba el status y las habilidades sociales, así como la forma de afrontar una entrevista de trabajo. Se realizó un role-playing en el que Alejandro actuaba como entrevistador y, dos de entre todo el grupo, salieron voluntarios para hacer de entrevistados. Los papeles eran repartidos desde la premisa status alto y status bajo, dando lugar a combinaciones tales como:

-          Entrevistador (status alto) y entrevistado (status bajo).

-          Entrevistador (status alto) y entrevistado (status bajo).

-          Entrevistador (status bajo) y entrevistado (status alto).

Si lo recuerdo bien, esas fueron las que se trabajaron principalmente, y la última generó un debate muy interesante cuando terminó la representación.

Resulta que quien representó el papel de entrevistado, después de que la entrevista se desarrollara en un plano de igualdad, respeto y cortesía por parte de ambos, éste concluyó hablando de las circunstancias familiares y la precariedad de su contexto, por lo que resaltaba la importancia de obtener dicho trabajo. Cuando le preguntaron cómo se sintió tras realizarlo dijo que mal. Que tenía la sensación de haberse bajado de status y no sé si llegó a decir la palabra “humillación” (queriendo decir que parecía haber dado lástima o haberse hecho muy pequeño por describir sus circunstancias personales).

Hubo opiniones de todo tipo. Había partidarios de que aportar una explicación de tal tipo no era humillación, que lo importante es la obtención del trabajo y que, por tanto, había conseguido el objetivo de la actividad.

Yo, personalmente, estoy de acuerdo con él. No es exactamente humillación, creo que es muy melodramático el término, pero sí considero que se desnudó mucho ante un contexto, que no olvidemos que se trata de una entrevista entre desconocidos que posteriormente podrían trabajar en la misma empresa. Puesto que la situación requiere dar información objetiva (currículum, interés por el puesto de trabajo, toma de contacto con el candidato), el aportar unos datos tan personales, hace que se pueda generar una impresión más rápida y más cerrada sobre la personalidad de este futuro trabajador. Es lo que conocemos por estereotipos, que son muy difíciles de modificar porque somos bastante cómodos para hacer esfuerzos cognitivos y cambiar impresiones.

Distinto hubiese sido si el entrevistador también hubiese hablado de sus circunstancias personales, empatizando con el entrevistado en un plano de igualdad sobre un momento de crisis como el que vivimos. Pero lo cierto es que transcurrió de una forma bastante realista, porque el entrevistador ha de ser objetivo y mantener una distancia para no generar impresiones anticipadamente. La cuestión es que, sin haberse formulado ninguna pregunta al respecto, el solicitante se presentó muy explícitamente generando, por tanto, una opinión subjetiva de su conducta ante tal entrevista. Y es que el poner etiquetas (acertadas o no) impiden la libertad de una conducta más espontánea, por lo que se pierde la autodirección de nuestro comportamiento. Se acota el círculo de influencia que todos tenemos derecho a autogestionar en los distintos contextos sociales en los que nos movemos.

Y a tal respecto, tengo una opinión muy cerrada por una experiencia que tuve con una alumna. Su contexto era que había repetido en 2º de Educación Primaria, que aún tratándose de responder a un criterio muy acertado, “cuanto antes mejor”, no deja de romper con su grupo de pertenencia donde durante  cinco años, desde Educación Infantil, se había iniciado en las relaciones sociales.

De tal forma que, cuando un alumno/a repite, es atribuir una fracaso, una falta de capacidad, aunque la intención del profesorado es todo lo contrario (que no se acumulen dificultades que pueda arrastrar toda su vida académica y que con un curso más, se superen o mejoren lo más posible dichas dificultades). Esta alumna se incorporó a un grupo bastante homogéneo y con un buen rendimiento académico. Podría ser una motivación para ella, y desde un punto de vista de aprendizaje colaborativo, podría enriquecerse bastante con las aportaciones de su grupo de iguales.

Pero pasó todo lo contrario. Empezó a ser excluida por ser diferente (más mayor, había repetido, no era del grupo), y es que cuando creamos una identidad de grupo cerramos mucho más la posibilidad de relación de quienes no pertenecen al mismo. (Recordemos la teoría del endogrupo y exogrupo de psicología social).

Esta niña, absorbió la información que le fue devuelta. La integró haciendo añicos su autoestima y su motivación. Como consecuencia empezó a llamar la atención. Pero las circunstancias se complican, porque de forma muy desacertada en cierta ocasión fue descubierta sustrayendo algo de los demás. Así la etiqueta negativa se reafirmaba tanto para ella como para los demás.

Ya en 3º abandonó las tareas escolares. Su familia, muy implicados por cierto, se vio arrastrada dentro de ese hándicap, y en las reuniones de padres no se dirigían a ellos para nada. Se relacionaba la conducta de la niña a la educación que brindaban los padres. Pero es que realmente, ese comportamiento fue forjado dentro de la propia institución escolar y desde aquí, se nos fue de las manos.

Cuando asumí la tutoría en 5º de Educación Primaria, esta alumna había tirado la toalla completamente, por lo que había que reconstruir su imagen dentro del grupo. Tras sucesivas reuniones con los padres, establecimos unas pautas para generarle motivación, que se sucediesen frecuentes éxitos y que fuesen reforzados positivamente ante los demás. Una victoria se brindaba ante una imagen tan destruida para una niña tan pequeña. No es justo que la vida sea tan dura cuando no se tiene la madurez de asimilar los golpes que tenemos que afrontar, los retos que se nos van a presentar y las batallas (sobre todo si transcurren en circunstancias de desigualdad) en las que tendremos que pelear.

Fue un año en el que amplió sus relaciones con el grupo y se integró pese a su baja autoestima que era un obstáculo, pues aludiendo al status del que hablábamos antes, los demás estaban en superioridad.

Cuando llegó a 6º, comenzó el curso completamente cambiada. Había pasado dos meses haciendo y deshaciendo a sus anchas y revelándose a sus padres (llegando tarde, relacionándose con amistades de más edad a la suya y participando en correrías que le hicieron asumir otra nueva identidad). Y digo bien lo de identidad, porque posteriormente, cuando sus padres le pusieron límites y estuvieron indagando, se había puesto otro nombre y decía tener más años de los que tenía. (No doy por sentado que la identidad se limite a un nombre y una edad, pero esto tenía unas repercusiones por sus nuevas relaciones sociales con el grupo de iguales).

Pese a mi esfuerzo, al de sus padres y las oportunidades que se le volvieron a ofrecer, conseguíamos poco. La mentira se convirtió en su modo de supervivencia, así que para que no se descolgase académicamente, la agenda se convirtió en un pasaporte de control policial entre la familia y la escuela si queríamos los mismos propósitos. Y aún así, se las ingeniaba para tratar de “colarnos” algún “gol” que otro, aunque la terminábamos descubriendo. Y pongo un ejemplo:

Aproximadamente cada dos semanas veíamos una unidad, tras la cual se hacía una evaluación. Suspendió varias de estas evaluaciones y en casa no dijo nada, no me traía los exámenes firmados y tras una oportunidad, (quería darle un margen de confianza para no volver a generarle una imagen negativa de sí misma), me entrevisté con su familia, la cual se sorprendió porque la niña les dijo en casa que, estando en 6º y para prepararles para el instituto, haríamos un examen al final de cada trimestre. Menos mal que nos reunimos rápidamente, y la familia respondió en cuanto fue llamada. Hay otros casos en los que la familia no se comunica con la escuela y la descoordinación nos lleva a un “posible fracaso escolar” del que somos todos responsables.

Entre mentiras, conflictos con los compañeros, mecheros que fueron encontrados entre sus pertenencias y una irregular y discontinua actitud ante los contenidos, fue pasando el curso hasta el momento de empezar a hablar del instituto. Era entonces el 2º Trimestre cuando sus padres pidieron mi opinión.

En principio iría al mismo IES que sus compañeros, porque le correspondía por distrito y porque era allí donde irían los demás, aquellos que la juzgaron y excluyeron en 2º de Primaria.

Pese a mis esfuerzos, de verdad que lo peleé con todas mis ganas, poco conseguí el último año. Su hándicap se había aferrado de tal forma que difícilmente podía ser arrancado incluso de ella misma, quien había pasado a ser su máxima enemiga. Por ello propuse a sus padres ir a un nuevo instituto, para partir de cero (parece que lo repito mucho últimamente), para crear nuevas relaciones sociales; pero trabajando su autoestima, porque su imagen estaba bastante destruida y podría repetir patrones. Podría mostrar demasiada información de golpe y volver a generar estereotipos de forma precipitada; como ocurría con la entrevista de trabajo con la que iniciaba esta reflexión. Como ocurre con demasiada asiduidad.

Parece que los juicios y la evaluación limitan nuestro desempeño. Nos niegan la libertad de actuar (sobre todo cuando no hemos alcanzado una madurez o unos principios sólidos que nos sujeten a las sacudidas que la vida nos brinda, de las cuales podemos salir fortalecidos o destruidos).

Deberíamos comenzar cada día como si naciésemos de nuevo, sin condicionamientos, sin influencias negativas que nos marquen el camino en un único sentido.

Todas las batallas en la vida sirven para enseñarnos algo, inclusive aquellas que perdemos. Pero hay a quienes se les niega, ni tan siquiera, ganar una batalla.

 

 

3 comentarios

Gloria -

Esther,

genial leerte porque me habría encantado ir a las dos sesiones con los alumnos de cuarto pero... no pudo ser. Creo que a principios de Marzo hay otras, y con lo que contabas en tu post me dan aún más ganas de participar en ellas.

La verdad es que el caso que compartías es una muestra de cómo se crean etiquetas y de cómo estas se van, de algún modo, reproduciendo, agrandando y solidificando, haciéndose cada vez más difíciles de eliminar.

Lo paradójico es que, como bien decía Carmenchu, todos echamos mano, en alguna ocasión, del juicio rápido, de la etiqueta, para lidiar con aquello que nos rodea. Reconocerlo ya es el primer paso, y muchos lo hacemos, pero... es difícil desterrar esta "(des)herramienta" social de nuestra manera de aproximarnos al mundo.

Quizá, si analizamos cómo usamos las etiquetas personalmente, podamos consolarnos diciendo "bueno... no tiene una repercusión enorme", "no estoy haciendo daño a nadie"... pero me pregunto si no seríamos más libres si nos desprendiéramos de ellas.

Besos!

CARMENCHU -

Hola Esther:

Disculpa, pero se me olvido incluir esto en mi anterior post,porque no lo encontraba...

UNA PIEDRA EN EL CAMINO

El distraído tropezó con ella .
El violento la usó como proyectil.
El emprendedor construyó con ella.
El caminante cansado la usó como asiento.

Para los niños fue un juguete.
Drummond hizo poesía con ella.
David mató a Goliat.
Michelángelo extrajo de ella la más bella escultura.

En todos los casos la diferencia no estaba en la piedra, sino en el hombre.
No existe piedra en tu camino que no puedas aprovechar para tu propio crecimiento.

Hasta pronto 1 beso, 1 placer leerte..

CARMENCHU -

Hola Esther:

Nada más leer tu post ,he pensado ¡que interesante¡.Te explico.He oído hablar a mis compañeros de 4º de esta experiencia de la cárcel, y sentía una envidía sana, porque me hubiera gustado participar de estas dinámicas.Así que, muchísimas gracias por compartirla, y desde tu perspectiva.

Pienso que las etiquetas, no sólo son inútiles ,es más son estigmatizantes, como explicas con lo de esta niña.

Asumir que todos o casi todos, lo hacemos, es prioritario. Opino que una de las claves, es de ¿dónde lo hacemos?, ¿cúando?. También el aspecto moral " ¿es justo hacerlo?". Los exámenes también nos etiquetan,nuestros trabajos, lo que escribimos..

El tema moral es decisivo. No nos preparan para ello como psicopedagogos y claro, te encuentras con cada caso..¿Quién se moja ante un tema de maltrato? ,¿ el profesor?, ¿ el orientador? ¿ninguno? ¿ AMBOS?..A LA NIÑA SE LA ETIQUETA..COMO TRASTORNO DESAFIANTE,..al padre impune..

Menos mal, que hay gente como tú, que intenta ser consciente del proceso. Otros ya han caído al sistema, gracias a ser funcionarios. Creo que cada vez, tengo menos ganas de serlo..

Bueno, AHORA algo positivo:

El corto plazo, asfixia a veces. El largo plazo... ¿Yo haré todo lo que pueda porque esto cambie, desde fuera, desde dentro, escribiendo, debatiendo.?

Deduzco: ¡que es necesario asociarse, agruparse, formarse¡.

Gracias por escribir, YA tenía ganas de contestarte a algo, porque me gusta, como lo haces.Me gustaría hacerlo más en profundidad, pero mi tiempo actual, no me lo permite.

1 beso